Son muchas las voces en Europa, entre las que me encuentro, que reclaman la modificación de los estatutos del Banco Central Europeo (BCE), con la finalidad de dotarlo de la libertad y flexibilidad de acción de otros bancos centrales, como la Reserva Federal norteamericana o el Banco de Inglaterra.
Estos han hecho frente a la crisis actual mediante monetización de la deuda de ambos países, algo que en Europa ha provocado incluso la dimisión del economista jefe del BCE, Jürgen Starck, tras la compra en los mercados secundarios de deuda italiana y española en los pasados meses de agosto y septiembre, tal y como declaró en una entrevista a un medio alemán, algo, por cierto, que transciende el mandato del BCE.
Esta extrema limitación, que convierte al BCE en un mero instrumento de control de inflación, que en estos momentos ni hay ni se la espera, es una de las causas de la espiral de despropósitos que estamos sufriendo en Europa durante los últimos meses, algo de lo que es completamente consciente el actual presidente, Mario Draghi, quien como buen profesional con dilatada experiencia en los mercados ha intentado esquivar el muro de sus estatutos llevando al límite sus competencias para una solución relativamente pobre. Así, la semana pasada inició la primera subasta de barra libre de liquidez al plazo de tres años, en la que hubo peticiones por valor de 500.000 millones de euros por parte de los bancos del sistema.
La idea no es del todo mala: si no puedo comprar deuda de los Estados con problemas, que otros la compren por mí. Inyecto dinero a los bancos al 1 por ciento y estos compran deuda pública de la Unión Europea, con un haircut de tan sólo el 2 por ciento, que no computa en términos de requerimientos de capital regulatorio, a efectos de los parámetros de solvencia de Basilea II, y que permite unas rentabilidades por encima del 5 por ciento, es decir, un carry trade de deuda con la que poder contener las primas de riesgo al tiempo que mejoro el margen de las entidades financieras, fuertemente castigadas con unas tasas de mora que rondan el 10 por ciento, para que estas mantengan sus beneficios y con estos sostengan su cotización bursátil.
No está mal, pero con esto no se recupera el canal del crédito, que es lo que está estrangulando a las empresas europeas que destruyen empleo.
Para esto último, Draghi ha rebajado el coeficiente de reservas del 2 al 1 por ciento, lo que sí puede tener un efecto positivo para el crédito, aunque limitado por la inmensa cantidad de agujeros que aparecen en los balances de las entidades financieras.
Pero lo peor de todo es que el BCE ha tensado el cable hasta el punto de no retorno, ya no le queda más margen en su gestión, si acaso llevar los tipos al 0 por ciento, como la Reserva Federal, y esto con un efecto limitado, y todo por que Europa se ha convertido en un barco guiado por el desgobierno de unos líderes incapaces de sentarse a modificar unos estatutos del BCE que lo conviertan en un banco central de verdad. O Europa madura o se la puede llevar un golpe de mar.