Pasado casi un mes de la posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, hay un conjunto de elementos que nos ayudan a precisar cómo será su gobierno. Se trata de un líder populista de derecha, que busca el apoyo de determinados sectores de la población, especialmente blancos de clase media, con base en planteamientos emocionales, más que racionales.
Su escala de valores es simple y tiende a ver el mundo en función de ella. Divide el escenario político, interno e internacional, entre ‘blanco’ y ‘negro’. No ve tonos grises ni se preocupa por diseñar políticas que afronten problemas complejos.
Es un hombre de empresa, y como tal, es un negociador hábil, que no respeta las formas diplomáticas tradicionales. Como dijo Carlos Slim, no es un “terminator”, sino un “negotiator”. Sus ideas se encuentran en el libro The art of Deal, que escribió en 1987 en colaboración con Tony Schartz. Allí precisa las características y condiciones que llevan a un negociador a tener éxito. Recomienda ser persistente hasta la terquedad, no contar con el azar y arrinconar al adversario hasta hacerlo ceder.
Sus ideas para transformar a Estados Unidos se encuentran en el libro publicado en el 2015 Crippled America: How to Make America Great Again (América estropeada: Cómo hacer que América vuelva a ser grande otra vez). El texto explora la visión de Trump sobre cuestiones claves relacionadas con la economía, la salud, la educación y la seguridad nacional. Busca una reforma migratoria completa, comenzando por asegurar las fronteras, recuperar la industria y poner a los trabajadores estadounidenses en primer lugar.
Considera que desde la recesión del 2008, los trabajadores y empresas estadounidenses han sufrido la más lenta recuperación económica desde la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos perdió cerca de 300.000 empleos manufactureros durante este periodo, la fuerza de trabajo se desplomó a mínimos no vistos desde la década de 1970, la deuda nacional se duplicó y la clase media se redujo. Para recuperar la economía, ha propuesto un plan para crear 25 millones de nuevos empleos en la próxima década y volver a un crecimiento económico anual de 4 por ciento.
La nueva política que quiere implementar en Estados Unidos es similar a la de los años 30 del siglo pasado, pero olvida que regresar a esa época gloriosa de la industria americana, que los llevó a ser líderes del mundo, en la actualidad no funciona, ya que está basada en premisas falsas.
Olvida que pasamos de una sociedad industrial a una posindustrial, en la cual los factores de producción juegan un papel muy diferente. Trump tiene razón en que el trabajo manufacturero ha caído, afectando a estados como Ohio y Pensilvania, que fueron cruciales para su victoria en el colegio electoral. Pero la verdad incómoda es que ignora que el trabajo manufacturero representa solo el 9 por ciento del empleo general en Estados Unidos.
Un estudio del Centro de Investigaciones Empresariales y Económicas de Ball State University (CBER), dice que el 88 por ciento de las pérdidas de empleos en Estados Unidos, en los últimos años, se debió al cambio tecnológico y no al comercio con México o China. Lo más probable es que las compañías estadounidenses produzcan más en Estados Unidos, pero que lo hagan con una mano de obra más automatizada.
Para proteger la industria y el trabajo norteamericano, Trump prefiere el bilateralismo al multilateralismo. Esta estrategia comienza por retirarse del Acuerdo Transpacífico, y asegurarse de que cualquier nuevo tratado comercial sea en interés de los trabajadores estadounidenses.
Se comprometió a renegociar el TLCAN, y si sus socios rechazan una renegociación que proporcione a los trabajadores estadounidenses un trato justo, está dispuesto a denunciarlo.
Los aranceles que Trump plantea imponer a algunos de sus socios comerciales (¡45 por ciento a China!) son más una amenaza que una política de Estado, esgrimida para posicionarse en una negociación y, por esa vía, conseguir un mejor resultado para los intereses estadounidenses. De todas maneras, este proteccionismo pone en riesgo el sistema multilateral, y los cambios fiscales para gravar las importaciones de insumos violarían el principio de no discriminación tanto de la Organización Mundial de Comercio como en el TLCAN.
Para poner en marcha estas políticas, esta utilizando su ‘poder ejecutivo’, con base en una serie de amplias, pero vagas, prerrogativas otorgadas al presidente de Estados Unidos en el Artículo 2 de la Constitución, conocidas como executive orders. Si bien es cierto que las puede tomar el presidente directamente y no están sujetas al trámite lento de una ley, tienen limitaciones, ya que no pueden invadir las competencias del Congreso y, en la mayoría de los casos, no permiten al presidente disponer de recursos financieros para llevarlas a la práctica.
Por eso, para hacer viable muchas de estas iniciativas, deberá contar con la difícil aprobación del Congreso.
Manuel José Cárdenas
Consultor internacional.
Entendiendo a Trump
La nueva política que quiere implementar en EE.UU. es similar a la de los años 30. Olvida que regresar a esa época en la actualidad no funciona.
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