En un artículo anterior comentábamos que la implementación y consolidación de los acuerdos de paz, con la necesidad de emprender un ajuste más fuerte a la economía para alcanzar un crecimiento anual de por lo menos el 5 por ciento, deberían ser las prioridades del gobierno que inicia en el 2018. Entre las medidas que habría que tomar en este último campo juega un papel esencial la economía digital.
El hecho es que la disrupción tecnológica que se está viviendo, entendida por aquellas tecnologías que producen una innovación sustancial, no tiene precedentes. Es cuatro veces más de lo que fue la revolución industrial en potencial impacto en el PIB per cápita y está cambiando todo, desde el orden económico y empresarial al social, al cultural, a la política o al deporte. Hasta ahora hemos vivido de la voz, pero esta desaparece como producto porque ha surgido el mundo de los datos. Ya no es simplemente la revolución de internet, ni siquiera es la revolución del smartphone, sino la revolución de la inteligencia artificial o de los sistemas cognitivos. Adaptarse a este escenario exige una reflexión no solo de las empresas, sino de la sociedad en general.
Esa transición de voz a datos implica un cambio de filosofía que se traduce en un cambio cultural. Es un nuevo mundo que requiere otros valores. Por eso no es de extrañar que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el de Rusia, Wladimir Putin, aunque parten de posiciones ideológicas extremas, hayan escogido este tema como uno de los ejes centrales de sus campañas presidenciales.
Es oportuno recordar que toda revolución trae sus propios valores. Cuando llegó el Renacimiento hubo una redefinición de los valores del humanismo. Cuando llegó la Revolución Industrial hubo una redefinición de los valores en general, lo mismo cuando pasó con la electricidad, o el internet. Con la economía digital sucede lo mismo. Se necesita un nuevo marco de valores y de regulaciones. Hasta ahora, estamos viviendo la revolución de las redes y del smartphone, pero esta revolución de la inteligencia artificial dará lugar a nuevos debates.
El actual ordenamiento jurídico esta pensado para un entorno real, pero no para uno digital. ¿Cómo se adapta ese marco, sector por sector? Así, por ejemplo, en la prensa está ahora el debate sobre la posverdad. Hay una ética en el periodismo, hay un código deontológico, una verificación de fuentes. Pero en el mundo digital, ¿cómo se aplica eso a Facebook?, ¿a Twitter?, ¿a la medicina? ¿Cuál es el código vial que se va aplicar a los autos autodirigidos?, ¿qué ética se les va a exigir a los robots? Todo esto requiere un nuevo marco regulatorio, incluso algunos hablan de una nueva constitución digital.
Para profundizar en este análisis hay que tener en cuenta que el negocio de la conectividad se ha transformado de una cadena de valor en sí misma a un insumo de la economía digital. Esta cuestión es fundamental tanto desde el punto de vista de políticas públicas como desde la perspectiva estratégica de empresas privadas. Hasta el momento, el foco en los centros decisorios de los gobiernos ha recaído en las redes, el despliegue de banda ancha y los precios de acceso. El hecho es que tanto gobiernos como empresas, investigadores y académicos deben comenzar a definir una visión para el futuro, basada en una visión integrada del ecosistema digital. Si no se hace, se corre el riesgo de que países como Colombia se limiten a ser consumidores de productos, aplicaciones y contenidos generados en el exterior.
Hay que reconocer que Colombia, desde el año 2000, con la colaboración del gobierno de Canadá, formuló la primera agenda de conectividad, sentó las bases en esta dirección, y en estos años, a través de diferentes programas, ha venido avanzado en este proceso, hasta culminar en la actual administración con la creación de una estrategia para la economía digital, la cual busca acelerar la transformación digital del aparato productivo y creativo del país.
Hasta ahora, su estrategia ha sido demasiado vertical, ya que se centra en el sector de las TIC, no ha permeado a la totalidad de la economía nacional y carece de una visión de futuro. Estas carencias a nivel político se traducen en limitaciones operativas, en la falta de canales de coordinación y una limitada capacidad de control de programas transversales. Para progresar en este complejo camino, se necesita por lo menos: visión de futuro, masa crítica en las tareas a realizar, institucionalidad necesaria para construir una sólida alianza público-privada, y definición de los factores claves habilitantes, los cuales permitirán avanzar en su implementación, evaluación y monitoreo.
La economía digital
La disrupción tecnológica que se esta viviendo, entendida por las tecnologías que producen una innovación sustancial, no tiene precedentes.
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