Lo ocurrido en la frontera sur de Estados Unidos en desarrollo de la política de ‘Tolerancia Cero’ del presidente Trump, donde cerca de tres mil niños han sido separados de sus padres por ser inmigrantes ilegales y sometidos a procesos penales, es algo realmente monstruoso.
Las imágenes que ha mostrado la televisión sobre las atrocidades que se están cometiendo con estos niños de familias inmigrantes, recuerdan las escenas vividas por los judíos bajo la persecución nazi, cuando los niños eran arrancados de sus padres, para ser llevados a campos de exterminio, mientras sus padres eran conducidos a los campos de concentración para trabajos forzados o igualmente para su asesinato.
Las familias desgarradas, los niños llorando y suplicando que no los separen de sus padres y después enjaulados, como animales, para conducirlos a albergues temporales sin que existieran protocolos ni procedimientos, ni sistemas de registro que permitan determinar claramente dónde están ubicados los niños en relación con sus padres. Esto ha conducido a tal situación que, a pesar de la orden judicial de reunir a las familias con sus hijos en un término determinado, no ha sido posible cumplirla a cabalidad y el gobierno ha tenido que pedir una prórroga, pues el término era el 10 de julio, fecha en la que no lograron identificar todos los niños con sus padres; es tal la confusión que han dicho las autoridades que en algunos casos tendrán que hacer pruebas de ADN, para no incurrir en errores o más horrores al devolver estos niños.
Naciones Unidas se ha pronunciado instando a EE. UU. a que suspendan estas acciones y busquen alternativas que permitan a los niños permanecer con sus familias, y han conminado a ese país a que suscriba la convención de “Los Derechos del Niño”, ya que es el único país del mundo que no lo ha hecho.
Parece inverosímil ver que en el país que ha liderado la cultura de Occidente, que ha defendido los derechos humanos, que ha sido símbolo de la libertad, que fue formado por inmigrantes, se presenten estos hechos violatorios de los derechos humanos y de los derechos del niño. ¿Cómo puede un ser humano, dizque civilizado, ser tan cruel e inhumano?, cómo puede en aras de imponer sus caprichos y filosofía llegar a esos extremos? Y lo peor es que ante la presión mundial, trata de enmendar la plana, pero con medidas que siguen siendo represivas e injustas y además culpando a los demás por sus acciones.
Con qué autoridad moral podrá EE. UU. exigir a otros países el respeto a los derechos humanos y liderar en el mundo el valor de la libertad. Cómo podrá imponer sanciones unilaterales o buscar que los organismos multilaterales hagan pronunciamientos o tomen medidas contra regímenes como el de Venezuela, Cuba u otros similares que han abusado de los derechos humanos y cometido crímenes contra sus ciudadanos.
Lo peor es que los gobiernos de corte nacionalista se están viviendo no solo en EE. UU., sino en varios países europeos, como el Primer Ministro de Hungría o el Ministro del interior de Italia, y es una tendencia que se está multiplicando, predicando sus políticas antiinmigración y rechazo a instituciones multilaterales, que han permitido traer la paz al mundo.
Los valores de la civilización occidental tienen que ser rescatados y es necesario que el mundo exija cesar estos atropellos. Si bien un país tiene el derecho de defender sus fronteras, tiene que hacerlo dentro de los marcos legales y el respeto por los derechos humanos.
María Sol Navia V.
Exministra de Trabajo
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