Álvaro Gómez Hurtado fue sin lugar a dudas uno de los más grandes pensadores colombianos del siglo XX. Un estadista, un intelectual, una mente creativa que permanentemente producía propuestas sustentadas e ideas prístinas, orientadas a mejorar las condiciones de sus conciudadanos y las estructuras y el sistema de gobierno del país, como fruto de sus estudios profundos, de su disciplina analítica y de su capacidad de observación y crítica.
Hoy es realmente entre triste y divertido que su victimario, que hizo parte del movimiento que lo secuestro, torturando su espíritu, su mente, su libertad y su familia, pretenda apropiarse burdamente de sus planteamientos, o copiar sus frases, pero sin el mismo contenido.
La propuesta de Álvaro Gómez se apoyaba en principios y valores, en ética, en respeto a la conciencia, al ser, a los derechos y deberes humanos, al Estado y a la Política (con mayúscula) no a la política burda y sucia, que impera en muchos políticos actuales, con contadas excepciones.
Radicaba en defender los fundamentos de la sociedad y la doctrina social cristiana en la que creía y no en frases impactantes sin contenido ni compromiso, en construir una real democracia, estructurada sobre las base de una deontología jurídica y política.
La altura de Álvaro Gómez, incansable lector, político, pensador, estadista, no puede ser manoseada para tratar de disimular unas propuestas muy distantes de su filosofía e ideología, como ha tratado de hacerlo el candidato Petro, de la misma manera que ha intentado ponerse a la altura de otros grandes líderes y de emular con ellos.
Este recurso de apelar a su nombre y a una de sus propuestas mancilla su altura y no puede ser utilizado como una estrategia más por alguien que no tuvo ningún sonrojo en disimular sus reales intenciones y cambiar sus propuestas de convocar a una constituyente, amenazando la estabilidad y estructura institucional del país, o de expropiar tierras a los agricultores, azucareros u otros empresarios del campo, en aras de conseguir apoyos de quienes ingenua u oportunistamente cayeron en los equívocos del candidato.
No es posible disfrazar las propuestas de claras tendencias populistas con el vestido de quien nunca estuvo ni remotamente cercano a esas inclinaciones, por lo que quizá nunca llegó al poder; ni es posible tratar de esconder el odio que se gestó en el movimiento al que prestó sus servicios el candidato, el que trascendió por los atroces crímenes que cometió, como el de José Raquel Mercado, Nicolás Escobar Soto o el holocausto del Palacio de Justicia, tras el pensamiento de quien se proponía construir, avanzar, valorar y no destruir y arrasar.
En buena hora el hijo de Álvaro Gómez repudió este hecho y salió en defensa y reivindicación de la memoria de su padre.
No es solo osadía estas citas fuera de su contexto real, y tan lejanas al pensamiento y espíritu de Álvaro Gómez, sino también un irrespeto a su memoria y a sus disquisiciones y planteamientos, tratar de acomodarlas a una ideología y unas posturas que nunca podrán asimilarse, ni en el fondo ni en la forma, con lo que el líder inmolado proponía y que en mala hora, Colombia no valoró en su real dimensión y profundidad.