Desde la infancia, hemos escuchado de la importancia del túnel de La Línea para conectarse con el Pacífico, y la verdad es que ese proyecto ha tenido más estudios que el metro para Bogotá.
Resulta que ahora, ocho años después de haberse iniciado la construcción de ese paso emblemático de la cordillera central, la pifiada es total y no puede reducirse a mostrar solo el incumplimiento de un contrato, una mala decisión de un ministro o sencillamente “porque las condiciones de la topografía son muy difíciles”.
No señores: lo que le ha pasado en la Línea debe darle pena a todos, incluyendo a los empresarios, a los ingenieros y a los contratistas, pues envía una señal –que no puede generalizarse– de que en Colombia no se tiene capacidad para hacer las obras, o, sencillamente, hay unos contratistas que están a la caza de las rentas públicas para tumbárselas.
Para ambas cosas hay remedio: escoger a los mejores para hacer las obras públicas, quién no sea capaz debe quedar por fuera de la contratación; si hay deshonestos debe caer sobre ellos el rigor de la ley, y haber un rechazo en las mismas agremiaciones y una sanción social, como ocurre en otras partes: cuando alguien comete un ilícito con los recursos públicos es rechazado por la sociedad y excluido de los centros sociales y asociaciones profesionales, pero en Colombia, muchas veces es objeto de admiración y reconocimiento.
El túnel de La Línea no es la única obra pública con problemas. La vía Bogotá-Tunja-Sogamoso lleva más de 15 años de construcción, es dramático lo que pasa con la calidad de la carretera Bogotá-Girardot, que solo es una ampliación de 90 kilómetros, o con la vía Cali-Buenaventura. Lo que ocurrió con Reficar y los escandalosos sobrecostos no se debe pasar por alto solo porque es una gran obra, pues no puede ser que ese proyecto se haya comido buena parte de la bonanza petrolera y los dueños (Gobierno y Ecopetrol) no hayan tenido la capacidad gerencial para impedir ese desastre.
El drama de los barranquilleros cada vez que cae un aguacero produce rabia, y no deja de ser un chiste el nivel de reconocimiento de sus alcaldes sin que hayan arreglado el problema de los arroyos.
No es del caso mostrar las cosas buenas que se han hecho en el país que, sin duda, son muchas, pues hay proyectos que tienen esas características: el viaducto Gran Manglar, el más largo del país y que se construye sobre la ciénaga de La Virgen en la Costa; el túnel Renacer, primero de dos pisos que se hace en el país en la vía Bogotá - Villavicencio; y uno de los viaductos más complejos sobre el río Cauca y primer túnel de dos carriles, en el Valle.
Es evidente que los problemas en la gestión no son exclusividad de las obras públicas, pero por casos como La Línea, la gente encuentra la mejor disculpa de “para qué pago impuestos si se los roban”.
El sector público colombiano tiene, a todo nivel, un problema gerencial grave, que parte porque se le da más importancia al discurso y a pensar en la inauguración, pero muy poco al cuidado en la ejecución. Y esto es válido en las distintas áreas, incluyendo la justicia, salud y educación. Actuar así abre la puerta a los corruptos.
Mientras no se cambie esa cultura que incluye el ‘zarpazo’ a la plata de la gente, el despilfarro y poco control al gasto público, creyendo que todo se arregla metiéndole la mano al bolsillo de la gente, no es mucho lo que se puede esperar en competitividad y productividad, palabras con las que tanto se hace alharaca y están abriendo la puerta a propuestas políticas que pregonan el ‘no más’ a la política tradicional.
Mario Hernández Zambrano
Empresario exportador
mariohernandez@mariohernandez.com
Un problema gerencial grave
Mientras no se cambie la cultura que icluye el ‘zarpazo’ a la plata de la gente y poco control al gasto público, no es mucho lo que se puede esperar.
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