No deja de causar sorpresa, y preocupación, el nivel de la discusión y bronca en el que se ha caído en el país, mientras que en otras latitudes se lideran conversaciones sobre temas que deberían interesarnos mucho más. Por eso, no cabe duda de que es acertada la decisión del presidente electo Iván Duque de irse a Estados Unidos y luego a Europa para hablar de asuntos de gran trascendencia; después debería viajar a Argentina y Chile. La agenda externa del nuevo gobierno pasa por asuntos de gran envergadura como el penoso retorno a ser potencia de droga y ser el centro de refugio de los venezolanos, cuyo desenlace nadie se atreve a pronosticar, pero que tiene a Colombia como el primer damnificado, con la indiferencia del resto del continente.
En el entretanto, hay una gran controversia porque un parlamentario le dijo una grosería a otra colega en el Congreso, que Mockus está inhabilitado para llegar al Senado porque en la campaña era contratista del Estado, y si los colombianos debemos votar acerca de si atacamos o no la corrupción. Por favor, no podemos ser tan irresponsables.
Los medios de comunicación y la dirigencia política y gremial escasamente se refieren a algo que traerá consecuencias impredecibles sobre nuestra economía: la guerra comercial en la que está entrando el planeta por la decisión del gobierno de Donald Trump de castigar la entrada de productos de otros países, alegando que “el mundo está robando a Estados Unidos” y él debe ser el protector. Y el instrumento escogido, aumentar los aranceles de las importaciones.
Y el mundo no se ha quedado quieto. Ahora Canadá definió la lista de bienes importados desde Estados Unidos a los que aplicará aranceles especiales entre 10 y 25 por ciento en respuesta a la política proteccionista que Trump comenzó a implementar hace exactamente un mes y que ha amenazado con profundizar. Para prevenir un daño sobre la economía interna, el primer ministro, Justin Trudeau, ha anunciado un plan de apoyo a sus empresas por varios miles de millones de dólares, casi reconociendo que el tema va para largo.
Europa y China ya están en la misma tónica, y la respuesta de Trump es cada vez más agresiva: ahora ha anunciado que pondrá una sobrecarga de 25 por ciento a la entrada de vehículos del viejo continente. Europa le ha pegado duro a productos agrícolas de Estados Unidos que se supone tienen origen en regiones en las que dominan los republicanos.
Trump está embalentonado porque las cifras del país son buenas: todavía Wall Street tiene ganancias por las medidas antirregulación que ha adoptado la Casa Blanca y la tasa de desempleo es históricamente la más baja. Sin embargo, nada respalda su idea de creer que habrá mayor crecimiento de la economía si restringe o encarece las importaciones, y lo más probable es que sea un freno.
El controvertido mandatario alega razones de seguridad nacional para adoptar una política proteccionista, lo cual, a todas luces, es un sofisma y sí violenta las normas de la OMC, escenario en el que la discusión debe darse de forma rápida.
Y mientras eso está ocurriendo en el mundo, aquí estamos en otro paseo, pero cuando comencemos a sentir el rigor de la situación, no tendremos problema alguno en decir que La culpa es de la vaca, para hacer alusión al agradable libro de Jaime Lopera.