“Deberías ir a la cárcel”, le dijo el candidato republicano Donald Trump a la demócrata Hillary Clinton en uno de los momentos más duros del segundo debate que, por televisión, hicieron los dos aspirantes a ocupar la presidencia de Estados Unidos: nada más ni nada menos que el país más poderoso del mundo.
El enfrentamiento entre Clinton y Trump ha alcanzado puntos extremadamente ácidos y, sin duda, mide la polarización política a la que ha llegado esa nación, y que, a decir verdad, no solo viene de años atrás con la agenda antisistema de Trump, sino que tampoco es exclusiva: esa ‘bronca’ es una práctica difundida en muchas partes e incluso nuestro país no escapa a ella.
Lo que sucede en España, de otra parte, es decepcionante: los partidos, todos, no han querido ponerse de acuerdo para gobernar, y protagonizan uno de los episodios de egoísmo en el que la suerte del país es lo que menos importa. Han realizado ya dos elecciones, y van para la tercera, y ninguno ha obtenido la mayoría para encabezar el gobierno, como lo establecen las normas. Los españoles están hastiados de lo que está sucediendo.
¿Y quién iba a creer, de otro lado, que en Austria, considerado un sitio idílico de Europa, con una economía fuerte y una capital, Viena, uno de los mejores lugares del mundo para vivir, estuviera atravesando una crisis política propia de lo que se llamara otrora una república bananera?
Lo ocurrido en esa nación es increíble. En mayo pasado hubo elecciones para elegir al presidente, pero a principios de julio el Tribunal Constitucional ordenó la repetición de las votaciones debido a irregularidades en el recuento de los sufragios, luego de que la derecha hubiera ganado a los ‘verdes’ por un bajísimo margen. Pero, después, unos votos enviados por correo cambiaron el resultado. La corte aceptó las reclamaciones y en julio decidió repetir los comicios, reprogramándolos para octubre.
A mediados de septiembre pasó algo igualmente inverosímil: las elecciones se aplazaron hasta diciembre porque el pegamento de los sobres electorales no servía. Mientras tanto, la ultraderecha (Partido de la Libertad) crece por el desgaste de los partidos políticos y, aunque el tema migratorio es importante, hay un nivel muy alto de insatisfacción con el gobierno en asuntos como la corrupción, nepotismo, reformas paralizadas y problemas administrativos.
En Alemania y Francia no cambia el panorama, con el populismo del ultraderechista partido Alternativa, en el primero, y el Frente Nacional en el segundo. Ambos manejan mensajes ‘antiestablishment’, pero no como lo hacía el comunismo del pasado, sino contra el otro extremo, del que afirma son comprados por una sociedad inconforme y desesperanzada.
Entre tanto, por estos lados Brasil, Venezuela, Argentina y, en menor proporción, México, Chile y Ecuador, están en esa ruta.Sin duda, la dirigencia política es la primera responsable tanto por allá como por aquí, en Colombia, en donde ni siquiera se ha dado cuenta de que fue la gran derrotada en el plebiscito del 2 de octubre. Pues cuando su trabajo era unir y no dividir, como tristemente pasó, y no creer que gracias a su concepto de democracia se podían convertir los vicios en una costumbre, la ideología en una retórica barata y la esperanza en docilidad.
Es una lástima tener que quedarse con la máxima de desesperanza de Ortega y Gasset: “la política es una actividad instrumental, limitada, que no es capaz de organizar la amistad entre los hombres, ni la lealtad mutua, ni el amor”.
Mario Hernández Zambrano
Empresario exportador
mariohernandez@mariohernandez.com
El desprestigio de la clase política
La política es una actividad instrumental, limitada, que no es capaz de organizar la amistad entre los hombres, ni la lealtad mutua, ni el amor.
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