Para nadie es un secreto que los indicadores sobre educación en Colombia, comparados con el resto del mundo, no son los mejores, más allá del ‘cacareo’ con las pruebas Pisa que hace la Ocde entre estudiantes de 15 años en matemáticas, ciencias naturales y lectura, y que miden los conocimientos, pero nada que ver con el tema integral de la educación. Y en sentido estricto, uno de los errores en los que se cae con mayor frecuencia es hablar del ‘sistema educativo’ en general, a sabiendas de que la situación de manejo es muy distinta cuando se hace referencia a los niveles, básico, medio o superior.
No hay que compararse con economías desarrolladas (Estados Unidos) o emergentes (India) en temas como el número de doctores, cuya cantidad de graduados en un país es, según Colciencias, “un reflejo de sus capacidades instaladas para llevar a cabo labores de investigación y desarrollo y formar talento humano para realizarlas”. En EE. UU., por ejemplo, se gradúan casi 200 doctores por cada millón de habitantes, en India 22, y en Colombia 9, de acuerdo el Ministerio de Educación. Tampoco nos podemos comparar con Singapur, donde más de la mitad de la población tiene título universitario, o Suiza, en el que 9 de cada 10 ciudadanos termina la secundaria. En Finlandia, los profesores son escogidos entre el 10 por ciento de los mejores graduados y es obligación tener una maestría.
No hay que ir tan lejos, sin que ello implique conformismo: nuestro país no sale bien librado entre sus pares de la Alianza del Pacífico (México, Perú y Chile) en lo que a educación superior se refiere. La tasa de graduados de quienes van a la universidad en México es del 70 por ciento, al igual que en Perú, y poco más del 50 por ciento en Chile. Mientras tanto, en Colombia la deserción es cercana al 40 por ciento, similar a Bolivia.
La educación superior en Colombia enfrenta retos grandes, en particular en calidad y financiación. En el primer asunto, hay en el país una proliferación de carreras que no se acomodan a los requerimientos del mercado laboral y existe poca vinculación entre academia y empresa. Uno de los motivos por el cual una porción grande de la juventud sigue sin acceso a la educación superior es el elevado costo de las matrículas en las universidades privadas. Por ello, la probabilidad de entrada para los bachilleres de menores ingresos es solo del 10 por ciento, muy baja.
Este es un tema que deben abordar, de forma concreta y urgente, quienes aspiran a llegar la presidencia de la República: no hay derecho a que la Universidad Nacional, el mayor centro académico del país –con 150 años de existencia– solo tenga 45.000 estudiantes de pregrado, con un aumento de 2.500 en cinco años, y únicamente reciba al año 12.000 estudiantes, 10 por ciento de los aspirantes. La UAM de México tiene 350.000 estudiantes. La atención de este problema debe ser una prioridad para mostrar que se está haciendo algo para mejorar las oportunidades para nuestros jóvenes y enfrentar la deshonrosa desigualdad en el país.
La gestión de su último rector, Ignacio Mantilla Prada, merece ser reconocida. Hizo un gran esfuerzo en el mejoramiento académico y consolidación de la universidad a nivel internacional. Queda mucho por hacer y es tarea del gobierno, pero no es mucho lo que han dicho quienes aspiran a llegar al Palacio de Nariño en agosto próximo.