Colombia es un país joven: el 66 por ciento de su población es menor de 44 años, que, en términos absolutos, da 32 millones, de un total de 49 millones, y más de la mitad (54 por ciento), 26 millones, está entre 15 y 44 años. De una manera u otra, a todos se les puede considerar la generación moderna. La X, nacidos con el fin de la llamada Guerra Fría, reflexivos y lentos; los Millenials, nacidos en la era de la globalización y el internet, que toman decisiones inmediatas, y la Generación Z, los más jóvenes.
Después de un buen tiempo de cuestionar y criticar la herencia de los mayores, en algunas partes del mundo han decidido tomar con seriedad el rumbo de su destino: en Francia, se acaba de elegir a un presidente con 40 años, en Canadá hay un primer ministro de 45 años, y el mandatario de Austria tiene 35 años. Todavía falta mucho, pero hace unas décadas era imposible concebir un relevo de ese orden en cualquiera de esos países, alegando algo que no tiene mucho sentido: “experiencia en los asuntos de Estado”, que aunque resulte cierto, quienes cuentan con ella, tampoco es que tengan mucho para mostrar.
Y no es descabellado creer que Colombia podría estar a las puertas de un fenómeno de ese tipo: un símbolo cálido y moderno de la política, que si lo hace bien, es capaz de poner a soñar y de convencer.
¿Por qué no pensar que en Colombia podemos estar a las puertas de una ‘alianza de confianza’ para que todo el país crea, en particular la clase media y los jóvenes, que el futuro se hace con ellos y para su beneficio? Y el modelo lo tiene que liderar alguien con credibilidad e inteligencia, pero no con aire predestinado, sin vicios ni mañas, transparente en su vida personal y pública. Un colombiano que como la inmensa mayoría madruga a trabajar, sufre los problemas de inseguridad, le duele el maltrato infantil y el de las mujeres, está en contra de la depredación de la naturaleza y cree en el cambio climático. Y en economía no quiera más de lo mismo de hace 30 o 40 años, sino que se la juegue por un nuevo modelo en el cual la innovación, que resulta de la combinación de tecnología y talento, permita elevar la productividad y competitividad de la que tanto nos quejamos los mayores más para obtener prebendas del gobierno de turno, con el cuento de generación de empleo.
Luego de hacer una revisión de los aspirantes a suceder a Santos, sinceramente creo que solo hay una persona de esa Colombia moderna y joven que llena las cualidades descritas: el senador Iván Duque Márquez, calificado como el mejor senador en el 2016, y que sorprende por su formación académica, claridad conceptual y es un verdadero ejemplo de renovación, de trabajo y responsabilidad.
Si Colombia quiere dejar la mediocridad de tasas de crecimiento económico de 2 por ciento, bajar la pobreza de un dramático 28 por ciento, recuperar la dignidad del campesino y el agricultor y que la industria se modernice, el modelo económico y social debe sufrir una profunda reinvención. Y Duque tiene las ideas más próximas a ese objetivo que, sin duda, se necesita con urgencia.
Iván Duque es un abanderado de la llamada ‘economía naranja’. Buena parte del futuro de la riqueza está en el desarrollo de las industrias creativas, que estimulan el conocimiento, la creatividad y el emprendimiento. Una forma concreta de reinventar la economía.
Una agenda joven para Colombia y no para satisfacer las apetencias de unos pocos, sí pondría a soñar a todos.