Francia y Estados Unidos son los países que más turistas reciben. Han combinado el desarrollo de una infraestructura gigantesca con un encanto que está sometido permanentemente a la innovación y a nuevas atracciones. Con una población de 67 millones de habitantes, a Francia le llegan por año uno 84 millones de turistas, y proyecta para el 2020 alcanzar 100 millones. EE. UU. recibe 80 millones, o sea un visitante por cada 4 habitantes.
Pero el caso más sorprendente y para nosotros una lección es España. Con 46 millones de habitantes, atiende 75 millones de huéspedes, y el turismo es clave en su economía, pues representa el 11% del PIB y aporta el 13% del empleo nacional, lo cual le permitió amortiguar en buena parte la crisis económica de los años recientes. En Latinoamérica solo México se acerca, pero de lejos, al recibir 32 millones de viajeros extranjeros.
En Francia, la historia y la arquitectura son grandes atractivos, y en EE. UU. el amplio entretenimiento es el fuerte, sin que se abandonen otras opciones como, por ejemplo, el Cañón del Colorado y los desiertos de Arizona.
España registra una variedad de atractivos locales que inducen a recorrer al país y una identidad regional competitiva.
Las playas y el mar son importantes, pero terminan siendo solo un elemento no suficiente para la promoción, y esa ha sido la gran limitación de ese paraíso que es la Isla de San Andrés, que no ha logrado superar, y que Cartagena ha entendido bien, pero con deficiencias críticas en asuntos como infraestructura y servicios, pues no basta con tener grandes hoteles si el entorno no resulta propicio y seguro para el disfrute de los visitantes.
Colombia, en general, falla en eso: viajar por tierra siete horas desde Bogotá hasta el Eje Cafetero –12 cuando hay derrumbe en La Línea– para escuchar que no es confiable el agua potable en la zona es una demostración cruel que no deja buena impresión para los turistas extranjeros.
¿Tiene Colombia potencial para competir en turismo? No hay duda, pero hay que hacerlo realidad sabiendo lo que se quiere. El mundo es un territorio de paraísos escondidos y el secreto está en la innovación, en buscar nuevos escenarios para ampliar la oferta y hacerla más rica y atractiva. Eso está pasando en Colombia, que está llena de edenes ‘ocultos’ por todas partes de la geografía y los ciudadanos del mundo deben conocer. Boyacá, los Llanos, Huila y Santander son ejemplos claros.
El Cañón del Chicamocha es, de lejos, una maravilla de la creación, y su majestuosidad está a la altura –si no por encima– de los más emblemáticos lugares del mundo, pero requiere pasar de la teoría a la práctica. Se necesita de una verdadera y complementaria alianza entre el Gobierno e inversionistas privados que decidan arriesgar.
Inspirados en otros emprendimientos. Unos paisanos empresarios soñadores lo han hecho realidad. Empezaron a brindarles a turistas nacionales y extranjeros la oportunidad de vivir el Chicamocha como nunca antes: por los aires, y ya lo han extendido a conocer desde el aire Barichara, el ‘Pueblito más lindo de Colombia’, la represa de Hidrosogamoso y la misma Área Metropolitana de Bucaramanga, cuando se despega desde el Ecoparque Cerro del Santísimo. Un ejemplo para otras zonas del país que tienen atractivos de clase mundial, pero que hay que desarrollarlos sin violentar el encanto natural.
Un ejemplo que merece extenderse
¿Tiene Colombia potencial para competir en turismo? No hay duda, pero hay que hacerlo realidad sabiendo qué se quiere.
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