Colombia se ha forjado en medio de las dificultades gracias al esfuerzo de su gran mayoría de ciudadanos, sin distingos de clase y condición social. Son muchísimos los ejemplos para mostrar.
La violencia ancestral desde la misma Independencia y la ilegalidad han permeado la vida, pero no han doblegado el carácter guerrero ni en los peores momentos en los que el narcotráfico pretendió imponer la ley echando por tierra los principios, o cuando los terroristas justificaron la muerte, extorsión y despojo como instrumentos para cambiar el sistema político, económico y social.
Sin duda todos estamos inconformes con lo alcanzado porque creemos que merecemos más bienestar y progreso. Pero es simplemente irresponsable decir que los poco más de 200 años de vida republicana han sido marcados por la miseria y la pobreza, la corrupción y la explotación de un grupo social que condenó a la postración a la mayoría, cuando la realidad es todo lo contrario. Basta ir a zonas como el Eje Cafetero, Santander, Antioquia, Valle y muchos municipios de Cundinamarca, entre otras, para comprobar es al revés. En esto, el candidato Petro está totalmente equivocado y su propuesta es un salto al vacío, al asegurar que se debe acabar con lo que hay para construir un nuevo país.
Nuestro país es joven. Hay más de 26 millones de habitantes entre 16 y 45 años, y si se suman los niños alcanzan más de 36 millones. Garantizar su futuro es el gran reto de los gobernantes.
La dependencia fiscal y externa de los ingresos petroleros y mineros no es lo óptimo, pero la solución no es acabar con esa materia prima y reemplazarla por otras fuentes de energía, pues en el corto plazo eso es imposible, como es una ilusión que el aguacate sea la fuente principal de recursos de exportaciones. No lo cree nadie racional, pues es querer comer carne y leche de la misma vaca y al tiempo. Un plan en este sentido lleva mucho tiempo y resulta muy costoso sustituir las fuentes de energía de hoy, incluso para los países desarrollados.
Claro que las EPS no funcionan bien, pero la salida no es acabarlas y reemplazarlas por un esquema estatal, a todas luces ineficiente y ese sí corrupto y malversador. La solución es corregir las fallas, luego de 25 años de operación y no hay duda que merece revisión. Lo mismo se puede decir del sector financiero para bajar las tasas de interés, pero nunca por la vía de estatizar.
Esa ruta es la del populismo y el socialismo, que –la historia ha demostrado– renegó de las empresas privadas y condenó a la gente a perder calidad de vida con la falsa promesa de un futuro mejor. El espiral ahondó la pobreza y el desgano. Nadie responsable y racional puede creer en que ese es el camino que debe escoger nuestro país.
Iván Duque representa lo contrario. La esperanza y renovación que ciertamente necesita Colombia. Aquí no hay un dilema.
Su programa tiene ideas modernas en emprendimiento e innovación, escogencia de los mejores de las regiones para ir a los cargos del Estado, con ganas para servir y solucionar los problemas; un manejo de la economía que cree que la riqueza la genera el trabajo privado y no el gigantismo del Estado con subsidios y prebendas y que se requiere una gran transformación en el campo colombiano. Y cero espacio a la corrupción y a los malos manejos, cumpliendo todos con la ley que no se puede acomodar a los requerimientos ideológicos para justificar las acciones ilegales.
Simple: así garantizamos el futuro de progreso y bienestar y no una aventura que solo traerá mayor desesperanza y pobreza.