Uno de los más importantes economistas, John Maynard Keynes, a quien se le atribuye, en buena parte, que el mundo capitalista hubiera salido de la crisis de los años 20 del siglo pasado, acuñó la famosa frase “en el largo plazo todos estaremos muertos”para hacer caer en cuenta a sus colegas de que la reactivación de la economía debía hacerse de forma ‘instantánea’, utilizando instrumentos disponibles a la mano. Es más, aclaró que el largo plazo es la sumatoria de los cortos plazos y por eso se debe actuar de manera contundente.
La teoría de Keynes fue certera para una coyuntura específica, pero no hay que engañarse y practicar ese precepto para todo, como ahora lo pregonan muchos de los que están encargados del manejo de los asuntos públicos, los mismos políticos y nuestros sabios economistas.
Sin duda, actuar siempre en el corto plazo es importante y necesario, incluso en las cosas más elementales de la vida, como la urgencia de bajar la fiebre para evitar daños al organismo. Pero la fiebre es solo la señal de que algo más grave está pasando y sobre lo cual hay que trabajar para evitar problemas mayores. Lo mismo ocurre con el manejo de los asuntos del Estado y la política pública, pero que a gobernantes, funcionarios y políticos poco o nada les importa, pues los réditos se obtienen con las acciones puntuales de corto plazo, para lo cual tienen a su disposición los recursos del presupuesto, que entregan como subsidios, de forma irresponsable, y les permite exponersen y darsen ‘vitrina’ en los medios de comunicación. Creen que de esa manera garantizan los votos para las próximas elecciones. Ni siquiera es populismo, es demagogia barata.
Son muchos los ejemplos. La acción de corto plazo para detener una crisis fiscal es una reforma tributaria, que no sirve para mayor cosa si no se hace una reforma en las finanzas del Estado, y ese es un trabajo que trasciende la coyuntura, no es rentable políticamente y no cabe en un discurso politiquero. Así, el asunto se vuelve de nunca acabar, expidiendo reformas cada dos años –las pagan los contribuyentes–, que le hacen un gran daño a la economía sin solucionar el problema de fondo.
La pobreza y estado deplorable del campo colombiano es consecuencia de no haber hecho una política que enfrente los problemas estructurales que se tienen, en vez de dedicarse a entregar subsidios a los campesinos para evitar paros y bloqueos, que solo serán conjurados temporalmente mientras pasa el efecto del paternalismo estatal. Y la miseria y subdesarrollo seguirán ahí.
La educación, la salud, el medioambiente, la infraestructura y el impulso a sectores como la industria y el turismo, entre otros, se quedan en presentaciones de los tecnócratas, que no se ejecutan, pues la solución trasciende la acción de un ministro o un gobierno, y en esos términos, el egoísmo político no deja emprender nada porque los resultados no se van a cobrar en una administración, y por eso resulta ‘mejor’ no hacer nada o solo usar paños de agua fría para bajar la calentura y que otro asuma el costo de arreglar el problema.
En ese orden, al paso que vamos, en efecto, sí estaremos muertos en el largo plazo y quedados de la corriente global, la cual solo la usamos para hacer promesas y anuncios que no se concretan. Eso explica el porqué uno se sorprende que en otras partes sí se hacen las cosas para mejorar el nivel de vida de la gente y ser más competitivos y productivos.
Un ejemplo concreto de nuestra realidad es lo que ocurre con San Andrés y Providencia, un paraíso abandonado y desperdiciado para el turismo. Hablamos y hablamos y nada hacemos. Solo con acciones de corto plazo se puede garantizar el largo plazo.
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¿Por qué otros si lo pueden hacer bien?
Al paso que vamos, en efecto, sí estaremos muertos en el largo plazo y quedados de la corriente global.
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Mario Hernández Zambrano
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