Los llamados millennials –jóvenes nacidos entre 1982 y el 2004– serán cerca del 75 por ciento de la fuerza laboral en los países desarrollados en una década, lo que significa que tendrán bajo su responsabilidad las riendas de buena parte del mundo, en particular de las empresas, la humanidad y seguramente de los gobiernos. Para ese momento, los mayores de ellos tendrán poco más de 40 años. En Colombia no estamos lejos de esa tendencia.
Son brillantes, sin duda alguna, en buena parte por ser nativos digitales, pero contrario a los baby boomers (mayores de 55 años) se han criado en una relativa abundancia y prosperidad, con un ambiente económico, social y político mejor que el de sus padres, quienes debieron enfrentar problemas y crisis en muchas ocasiones y tener que volver a arrancar, acumulando algo que ahora se desprecia, la experiencia.
Hoy, los protagonistas del futuro dicen autodenominarse una ‘generación de los sueños rotos’, porque llegaron a la mayoría de edad con un sola dura crisis, que les ha hecho reaccionar, y están creyendo que la sociedad y los padres están en deuda con ellos.
La Revista Time los definió hace tres años como la generación del ‘yo-yo-yo’, y en el diario El País de Madrid, uno de ellos se autodefinió así: “somos una generación de transición. Somos la última en muchas cosas y la primera en otras tantas.
Estamos entre lo viejo, que no acaba de morir, como el papel o el bipartidismo, y lo nuevo, que no acaba de nacer. Una generación que compra las entradas de cine en internet y luego las imprime”.
“Vivir la vida como venga trabajando poco, pero con innovación e inteligencia”, me dijo un diseñador excepcionalmente creativo (33 años) hace unas semanas. Me impresionó con esa frase, que comprobé en su estilo de vida, ropa y rumba. Dicen poner por encima la calidad de vida y un horario que los haga felices. Los amigos más que la familia, los estudios o el sexo hacen parte de su agenda. Pero luego lo noté triste y creí que no estaba satisfecho con el trabajo. ¿Qué te pasa?, le pregunté con aire de viejo, y me respondió: “cuando me gradué en la U, mi papá me dio un apartamento y resulta que ahora no tengo para pagar el predial y los servicios están muy caros”. A esa edad yo pagaba arriendo porque no había conseguido para la cuota inicial de un apartamento, y ni soñar que alguien me lo regalara. Me hizo recordar a Bill Gates, quien un día le dijo a unos graduandos: “la vida no se divide en semestres”.
Críticos y exigentes como nadie en el pasado, pregonan una cadena de valores envidiables: sostenibilidad ambiental extrema, transparencia y compromiso sociales. Soberbios, autosuficientes, autonónomos y ambiciosos, no ven televisión tradicional ni periódicos y se informan en 140 caracteres. Reniegan del gobierno, las empresas y la sociedad actuales, pero un día no muy lejano les tocará diseñarlos a su manera y a lo mejor sorprendan. O comiencen a asimilar la palabrita que poco quieren y que hizo buena parte de la felicidad del pasado y permitió salir de los problemas: la experiencia. Pero eso es lento y va más allá de creer que el wifi es la fuente de la vida, o a incumplir porque se agotó la batería del celular.
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P. D. Las universidades no pueden ser ajenas al proceso de formación de los líderes del futuro, y el énfasis debe vincular más la teoría con la práctica, y la planeación con la ejecución. En esto las instituciones alemanas tienen mucho que enseñarnos.
Mario Hernández Zambrano
Empresario exportador
mariohernandez@mariohernandez.com
COLUMNISTA
¡Solo resta esperar!
Las universidades no pueden ser ajenas al proceso de formación de los líderes del futuro, y el énfasis debe vincular más la teoría con la práctica.
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Mario Hernández Zambrano
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