Esta es la pregunta que se hacen hoy, con preocupación, los funcionarios oficiales que tienen la compleja tarea de cumplir la promesa presidencial de bajar los impuestos a las empresas y, a la vez, reducir el déficit fiscal del 3,6 por ciento del PIB registrado el año pasado a menos del 1,5 por ciento en el próximo cuatrienio para cumplir la regla fiscal.
La primera respuesta descartada es no subir tributos a nadie y confiar en que el crecimiento económico y el control a la evasión generen el recaudo adicional que compense las menores contribuciones de las empresas. Muy bonitos los modelos teóricos que predicen este resultado, pero la realidad ha probado ser muy distinta.
Trump y los republicanos usaron ese argumento para justificar la rebaja de gravámenes a los ricos, pero los analistas independientes –como la bipartidista Oficina Congresional para el Presupuesto– proyectan que en la próxima década el déficit del Gobierno norteamericano se va a disparar de 3,9 por ciento a más del 6 por ciento del PIB, y la deuda pública superará el 100 por ciento del PIB. Colombia no puede darse ese lujo, pues no tendría cómo financiar el mayor déficit.
El camino preferido por los empresarios más conservadores sería aumentar la carga tributaria de la clase media y los impuestos indirectos como el IVA. Ese cántaro ha ido tanto al agua en las últimas reformas tributarias, que no sería mucho el recaudo adicional que se lograría, salvo que se decida extender el IVA a la canasta familiar, en cuyo caso el cántaro podría quebrarse por el lado político.
Aunque parezca paradójico, una fuente para compensar una reducción de impuestos a las empresas es subir los impuestos a las empresas. Me explico. La tarifa nominal de tributosavámenes en Colombia es alta, comparada con otros países, pero la tarifa efectiva que paga la mayoría de compañías es muy baja. Entonces, es posible reducir la tarifa nominal y, al mismo tiempo, aumentar o, por lo menos, mantener el recaudo de este sector.
Estudios recientes del Banco de la República (https://bit.ly/2OQ0dnt) y de la Universidad Nacional (https://bit.ly/2BoRfM2) muestran cómo, pese a que en el país las tarifas nominales de impuestos han sido superiores al 34 por ciento, según los balances de las empresas y las cuentas nacionales, la tasa de impuestos real que en promedio han pagado las compañías ha sido alrededor del 17 por ciento de sus utilidades. Además, hay enormes diferencias con empresas que pagan tan poco como el 5 por ciento, y otras que llegan al 29 por ciento.
La razón es simple: la gran cantidad de beneficios y exenciones tributarias que, junto con la eficiente labor de los asesores tributarios, permiten reducir el pago de impuestos generando enormes inequidades. Por eso, la Comisión de Expertos tributarios recomendó hace dos años reemplazar el impuesto a la renta por un nuevo impuesto sobre la utilidades, bajando la tarifa nominal, pero eliminando todas las exenciones. En la pasada reforma no se incluyó esta propuesta, pero el gobierno debería retomarla.
La otra fuente de recursos para compensar menores impuestos a las empresas es aumentar la tributación de las personas naturales, pero no de la clase media, sino de los estratos más altos de la población, para lo cual es útil la propuesta del ministro Carrasquilla de que la Dian haga un “Sisbén para los ricos”, de manera que los que más tienen paguen más.
Mauricio Cabrera Galvis
Consultor privado
mcabrera@cabreraybedoya.com