El “Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” no fue apoyado por la mayoría de los votantes del plebiscito. Aunque la diferencia fue mínima, y muchos de esos electores fueron engañados por las mentiras de la campaña del Centro Democrático, en democracia, hay que aceptar el veredicto de las urnas y reconocer que ese acuerdo no puede ser implementado.
Pero el clamor ciudadano en las calles, y en las marchas, exigiendo el mantenimiento del cese bilateral al fuego y la firma cuanto antes de un nuevo acuerdo, también es una expresión de la democracia, que no puede ser desoído. La pregunta es cómo construirlo para que cumpla la doble condición de tener el respaldo de las mayorías y ser aceptado y firmado por las Farc. Estas son algunas reflexiones al respecto.
En primer lugar hay que señalar que no hay un ‘mandato claro’ sobre el significado del ‘No’, ni sobre los cambios que se deben introducir al acuerdo. Los motivos de los votantes del ‘No’ son múltiples y diversos: unos pocos se oponen a la totalidad del acuerdo, otros a diferentes aspectos particulares, muchos a fantasmas y espejismos que no están en el texto del acuerdo, y otros solo por oponerse al Presidente.
Por lo tanto, ninguno de los ‘líderes’ del ‘No’, ni ningún grupo político tiene la representación o el mandato de todos los que así votaron, ni se puede abrogar el derecho de ser el vocero de todos, ni tampoco el coordinador. Es correcta la posición del gobierno de mantener las conversaciones por separado con los distintos representantes de los opositores al acuerdo.
La mala noticia es que es imposible llegar a un consenso que deje contentos a todos los del ‘No’; es imposible un nuevo acuerdo que incluya las exigencias y propuestas de todos los opositores. Además, entre ellos también hay planteamientos diferentes y distintas posiciones políticas.
Unos rechazan la totalidad del acuerdo, y quieren empezar a renegociar de cero (el exprocurador). Para otros, el rechazo al acuerdo es solo un pretexto para oponerse al Presidente y posicionarse para las próximas elecciones; por eso su interés es dilatar al máximo las conversaciones (Centro Democrático).
Algunos tienen reparos jurídicos a puntos como la justicia transicional, el bloque de constitucionalidad, la participación política, a los que se puede buscar formulaciones alternativas, mientras que otros solo pretenden ser oídos y estar incluidos en el proceso. Finalmente, muchos fueron engañados por la estrategia de mentiras del Centro Democrático, y podrían apoyar el nuevo acuerdo si se les convence que sus miedos son infundados. (Las iglesias cristianas, o los pensionados).
La buena noticia es que no es necesario tener el consenso total, ni modificar la opinión de los 6 millones que votaron ‘No’. Las reglas de la democracia solo requieren que el nuevo acuerdo sea apoyado por una mayoría (ojalá amplia), conformada con algunos de los voceros del ‘No’, pero no el apoyo del 100 por ciento de los opositores; con los que no es posible llegar a ningún consenso, hay que oírlos, pero sin caer en su juego de demoras y dilaciones, pues todavía queda faltando la otra pata del proceso, que es que sea aceptado por las Farc, y el tiempo corre.
El gran interrogante político es si se debe realizar un nuevo plebiscito. Aunque no es necesario, legalmente podría ser conveniente, pero se corre el riesgo de otra campaña divisoria, polarizante y, de nuevo, mentirosa. Es de esperar que mucha gente ya no crea las mentiras, pero nunca se sabe.
Mauricio Cabrera G.
Consultor privado
macabrera99@hotmail.com
¡Acuerdo ya!
El gran interrogante político es si se debe realizar un nuevo plebiscito. Aunque no es necesario, legalmente podría ser conveniente.
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