Después de años de un proceso de desarrollo marcado por un creciente centralismo, en el que la enorme fuerza centrípeta de Bogotá atraía todos los recursos del país, incluyendo el talento humano, vuelven algunas tendencias descentralizadoras que apuntan al modelo de país de ciudades que diferenciaba a Colombia de los demás Estados latinoamericanos, y otras urbes empiezan a atraer a personas que antes solo aspiraban a vivir en la capital. Cali es un buen ejemplo de esta tendencia.
Después del gran auge cultural y económico de los años sesenta y setenta del siglo pasado, Cali atravesó un largo periodo, primero de estancamiento y luego de crisis y retroceso hasta la década pasada. En una perversa alineación de astros, muchos factores económicos, políticos y sociales se conjugaron para la decadencia de la ‘sucursal del cielo’.
La funesta influencia de las mafias del narcotráfico, la neoliberal apertura con revaluación, que golpeó la industria, y la agricultura de la región, la crisis financiera y de la construcción de finales de los noventa, que la afectó más que a otras ciudades, y el deterioro de la seguridad, que tuvo su más trágica expresión en los secuestros masivos, fueron algunas de las causas que llevaron a que Cali perdiera su atractivo para vivir y que muchas empresas y personas emigraran de la capital del país.
Uno de los grupos más afectados fue el de los jóvenes profesionales: sin oportunidades de empleo, con la amenaza de los secuestros y la expansión de la cultura traqueta, no encontraban condiciones para quedarse en su urbe, mientras que, al mismo tiempo, Bogotá, impulsada por el modelo centralista, ofrecía todas las oportunidades.
Hoy, las cosas han cambiado. Es frecuente el caso de profesionales que prefieren trabajar en Cali y rechazan ofertas de empleo en Bogotá, con salarios mucho más altos, y cada vez son más los jóvenes caleños que añoran, casi con desespero, encontrar un empleo que les permita volver a su ciudad. El argumento repetido en todos los casos es que Cali les ofrece una mejor calidad de vida que justifica sacrificar mayores ingresos económicos.
Esto sucede, en parte, porque Bogotá está pagando los costos de su éxito económico y su población ya excedió la capacidad de la infraestructura urbana como lo demuestran, por ejemplo, el caos de la movilidad o los exagerados precios de la vivienda.
Pero, sobre todo, porque Cali se está reinventando y ha salido de su postración para volver a ser una urbe dinámica. El cambio ha tenido un importante componente político. Parte de la crisis de la metrópoli se explica por los malos resultados de la elección popular de alcaldes, que trajo una seguidilla de administraciones que de regulares pasaron a malas y pésimas. Con los dos últimos mandatarios, la situación cambió y la ciudad volvió a tener una dinámica de crecimiento positiva.
También en lo económico, hay signos alentadores. Hasta hace muy poco, Cali era una de las capitales con mayor tasa de desempleo, hoy sigue estando un poco por encima del promedio, pero se están creando más puestos de trabajo que en el resto del país por el empuje de un sector privado, que conoce las potencialidades de la región y las quiere aprovechar.
Como consecuencia, Cali y otras ciudades han vuelto a ser sitios atractivos para vivir, donde, además, de los atractivos naturales, como el clima, la brisa y el paisaje, se encuentran muchas de las condiciones que permiten una mejor calidad de vida.
Mauricio Cabrera G.
Consultor privado
mcabrera@cabreraybedoya.com