El participante estrella en el pasado Foro Económico Mundial (FEM) en Davos no fue ningún ministro de Hacienda o presidente de alguna multinacional, sino Hubo, un robot coreano con inteligencia artificial que caminó por todo el recinto del evento, leía periódicos, y hasta participó en un panel con el presidente del banco más grande del mundo.
Hubo fue el símbolo de la versión 2016 del FEM, cuyo tema central fue la ‘Cuarta Revolución Industrial’, como se ha denominado a la gran transformación que se está gestando en la economía mundial con los avances de la genética, la nanotecnología, la biotecnología, la impresión en 3D, y, sobre todo, la proliferación de máquinas con inteligencia artificial que son capaces de realizar funciones y trabajos que se creía eran exclusivos de hombres y mujeres.
Ya no se trata solo de la automatización de cadenas de producción, sino de robots que, sin necesidad de una persona que los maneje, cuidarán enfermos, enseñarán en las escuelas patrullarán las calles, atenderán las recepciones de edificios y oficinas, o llevarán la contabilidad de las empresas; se trata de buses y taxis sin conductor, o, lo más escalofriante, de robots soldados equipados para matar a su propia discreción.
En el FEM se debatieron las importantes consecuencias de esta revolución tecnológica: producción más eficiente y barata, pero desempleo masivo y creciente desigualdad por el desplazamiento de trabajadores no calificados. Se estima que en 15 países desarrollados, los robots reemplazarán siete millones de empleos en lo que queda de esta década, mientras que solo se crearán dos millones de nuevos puestos de trabajo para la fabricación de los robots.
Un estudio presentado en el Foro advierte que la robótica presionará a la baja no solo los salarios de trabajadores no calificados, sino los de la clase media. Por lo tanto, serán los más ricos y poderosos los que se apropiarán de los beneficios de las nuevas tecnologías, lo que incrementará la desigualdad tanto entre países –con Latinoamérica en la lista de perdedores– como al interior de cada nación, donde las más perjudicadas van a ser las mujeres. Lo interesante es que este estudio no proviene de una trasnochada ONG marxista, sino del principal banco suizo, el UBS.
Frente a este sombrío panorama para los trabajadores y los eternos condenados de la tierra, hay dos posibles reacciones. Una, la de los luditas, esos artesanos desesperados que a principios del siglo XIX, ante la aparición de las máquinas de la primera revolución industrial trataron de destruirlas para defender sus trabajos. Por supuesto, fracasaron en su intento porque no es posible detener las fuerzas de la innovación y el progreso.
La otra es reconocer todos los beneficios que traerá consigo el reemplazo de trabajadores por máquinas con inteligencia artificial, pero cuestionar y tratar de modificar la causa de que esta sustitución incremente la desigualdad, que es la propiedad de los robots.
La cuestión no son los robots. Es muy bueno que haya cada vez más personas liberadas de tareas rutinarias y repetitivas, y así tengan más tiempo para sus familias, la diversión y la cultura. El problema es quiénes serán los propietarios de esas máquinas que se pueden apropiar de la enorme plusvalía que generan, mucho mayor que la de un trabajador común y corriente
En Colombia no hemos resuelto todavía el problema de la aberrante concentración de la tenencia de la tierra, pero ya hay que empezar a debatir cómo será la distribución de la propiedad de las nuevas tecnologías, que son la fuente de riqueza del futuro.
Mauricio Cabrera G.
Consultor privado
macabrera99@hotmail.com
Los dueños de los robots
POR:
Mauricio Cabrera Galvis
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