Los dirigentes de todos los partidos políticos que participaron en las pasadas elecciones legislativas son aventajados discípulos del profesor Maturana, quien después de cada derrota de la Selección Colombia se disculpaba con su famosa frase “perder es ganar un poco”. Así, en estas elecciones todos los partidos políticos perdieron, por lo menos frente a sus expectativas, pero todos se declararon ganadores.
El Partido de la U se proclamó ganador por haber obtenido el mayor número de senadores, pero la verdad es que perdió 18 curules en el Congreso (7 senadores y 11 representantes), es decir, casi el 25 por ciento de su bancada. Además, la U obtuvo 570.000 votos menos que en el 2010, mientras que en Bogotá la debacle fue total, pues perdió el 60 por ciento de la votación. Es el hueco que le hizo su antiguo caudillo, ahora con otro rebaño.
Perdió el Partido Conservador, tanto en la cantidad de votos (320.000 menos, que se fueron para la extrema derecha), como en el número de congresistas electos, 3 senadores y 9 representantes menos, disminuyendo en el total de 58 a 46 y bajando del segundo al tercer lugar entre las bancadas del Congreso.
Sin embargo se declaró victorioso porque en el Senado le pudo ganar por un pelo al Partido Liberal y, sobre todo, porque ahora es más necesario que antes para conformar la mayoría del Gobierno en el Congreso, de manera que seguirá siendo ‘el chantaje que decide’, exigiendo puestos y contratos como pago por su apoyo.
La pérdida del Partido Liberal es más sutil, porque se debe medir es frente a los resultados pronosticados. El liberalismo aumentó un magro 1,5 por ciento su votación, mantuvo sus 17 senadores y aumentó 3 representantes en la Cámara, pero la verdad es que esperaba 5 o 6 senadores más, y los ha debido conseguir después de 3 años de salir del desierto de la oposición y participar de las mieles del Gobierno.
Las expectativas del Centro Democrático eran todavía más altas. El expresidente caudillo se la jugó toda para convertir las elecciones parlamentarias en unas primarias presidenciales, con su nombre, su figura de mano al corazón y su logo, soñando que los 7,5 millones de votos que sacó en el 2006 y la alta popularidad que todavía mantiene, le permitirían obtener más de 30 senadores. Hasta 40 senadores decían las encuestas, que pagaban para alimentar sus quimeras.
El aterrizaje del Centro Democrático contra la realidad fue duro. Apenas consiguió un poco más de 2 millones de votos, que es solo el 14,2 por ciento del total de sufragantes, muy lejos del 60 por ciento de popularidad que, según las encuestas, mantiene el expresidente. En cuanto a curules, solo llegó a 31; 19 senadores y 12 representantes a la Cámara, viendo frustrado su intento de convertirse en la primera bancada para torpedear las iniciativas del Gobierno.
También se proclamaron ganadores la Registraduría, con la organización de las elecciones, y el Gobierno, con la ausencia de hechos violentos. Pero la gran perdedora fue la democracia representativa, derrotada por la compra de votos y la abstención.
No funciona un sistema electoral en el que se pierden 2,3 millones de votos, el 16 por ciento de los depositados, porque los electores no saben cómo usar el tarjetón. Es cuestionable la representatividad de congresistas elegidos por menos de la tercera parte (32,3 por ciento) de las personas con derecho a votar. La apatía de las mayorías y el desprestigio de los partidos amenazan la democracia.
Mauricio Cabrera G.
Consultor privado