Dos problemas, en apariencia separados, afectan el transporte urbano en Colombia. Uno, el caos en la movilidad urbana, que ya colapsó en Bogotá, y empeora a gran velocidad en otras ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla y Bucaramanga; otro, las serias dificultades financieras de los Sistemas Integrados de Transporte Masivo (Sitm) en estas mismas ciudades.
No son dos problemas independientes, ambos se originan en la bipolaridad de las políticas públicas de transporte urbano que apuntan a dos objetivos distintos, contradictorios y excluyentes. La inversión masiva en infraestructura de transporte público y los incentivos al transporte privado.
Después del éxito inicial del Transmilenio en Bogotá, con sus buses articulados y carriles exclusivos, el Estado colombiano decidió apostarle a los Sitm como el modelo de transporte público, dedicando a la inversión en estos sistemas un alto porcentaje de los recursos disponibles para la infraestructura vial en las grandes ciudades.
Según el Banco Mundial, la inversión pública en los Sitm supera los US$5.000 millones aportados en un 70% por la Nación y el restante 30% por los municipios, que dedican a este fin entre el 50% y 100% de la sobretasa de la gasolina, dejando muy poco para el resto de la malla vial.
A pesar de estas multimillonarias inversiones, el MÍO en Cali, Metrolínea en Bucaramanga o Transmetro en Barranquilla están pasando aceite y requieren costosas operaciones de salvamento, porque los pasajeros transportados han sido mucho menos que los proyectados.
La caída del número de pasajeros no es un problema exclusivo de los Sitm, afecta a todas las modalidades de transporte público. En el 2013, los pasajeros movilizados en los 53 municipios más grandes del país fueron 3.950 millones, mientras que en el 2007 se habían movilizado 4.200 millones. Si se tiene cuenta el aumento de la población urbana, es una caída del 16%.
Bogotá es la única ciudad donde ha aumentado un poco el número de pasajeros (1,9%), mientras que en las ciudades con problemas en los Sitm, la pérdida de pasajeros ha sido drástica: en Barranquilla una caída del 18%, y en Cali y Bucaramanga, pérdidas de cerca del 30%.
El menor uso del transporte público se explica por dos causas: de una parte la proliferación del transporte informal, incluido el mototaxismo, y de otra, un mayor uso de medios privados de transporte: en una década, el número de vehículos particulares pasó de 2,2 a 4,2 millones, mientras que las motos se multiplicaron por cuatro, pasando de 1,2 a 4,9 millones.
Frente a este vertiginoso crecimiento, la malla vial de las ciudades está estancada. En Bogotá circula la tercera parte de los vehículos del país, y, en este periodo, su parque automotor aumentó en unos 700.000 vehículos, que puestos en fila ocupan unos 4.000 km de vías, mientras que la malla vial se ha mantenido constante alrededor de 14.800 km/carril.
Por acción y por omisión, las políticas públicas han incentivado el uso de medios de transporte privados: TLC, baja de aranceles, revaluación y exención de impuestos y peajes en el caso de las motos, han reducido el precio de los vehículos, lo que, junto con las mayores facilidades de financiación, ha aumentado su demanda.
Es bueno que más personas tengan su vehículo propio, el problema es que no se construyan más vías para que circulen. Es acertado concentrar la inversión pública en los Sitm, pero no puede hacerse al mismo tiempo que se estimula el vehículo privado. Es hora de tomar decisiones, pues el Estado no puede seguir siendo bipolar, incentivando simultáneamente los dos modelos de transporte.
Mauricio Cabrera G.
Consultor privado
macabrera99@hotmail.com