Las fluctuaciones del dólar siguen siendo un dolor de cabeza para quienes tienen que hacer transacciones en esa moneda. Las de corto plazo afectan a todo el mundo, compradores y vendedores de la divisa, mientras que la tendencia de mediano plazo es motivo de preocupación para los exportadores y de complacencia para los importadores.
Solo en los dos meses que van de este año, el precio del dólar, primero bajó de 3.000 a 2.850 pesos, para después recuperarse y cerrar ayer a 2.966,67 pesos. No hay quien pueda predecir esos brincos –de cerca del 5 por ciento, en unas semanas– aunque, como es tan fácil ser inteligente para atrás, después de que han pasado abundan las explicaciones.
Que el precio del petróleo se movió, que Trump amenazó a México, que subió o bajó el desempleo en Estados Unidos, que la FED pospuso su aumento de tasas, que el Banco de la República empezó a bajar las suyas, son algunas de las explicaciones que salen a dar los gurús del mercado, siempre a posteriori, que así se parecen a los economistas tan expertos en predecir el pasado. Y también en eso se equivocan.
La volatilidad de la tasa de cambio ha sido enorme. En febrero del 2016, en menos de un mes el dólar se desplomó de 3.435 a 3,135 pesos –es decir, una revaluación de 8,8 por ciento–, y después, a principios de mayo pasado, cuando había caído a un mínimo de 2.851 pesos, saltó en 32 días a 3.118, una devaluación de 9,1 por ciento. El gráfico de la TRM parece un electrocardiograma de un paciente con severa arritmia cardiaca.
Sin embargo, en medio de tamaña volatilidad, la tendencia del último año ha sido hacia la revaluación. Hasta antes de la recuperación de las pasadas tres semanas, el precio del dólar había caído 500 pesos desde el punto máximo alcanzado un año antes, lo que significa una revaluación del 20 por ciento.
¿Cómo explicar esta revaluación cuando el desequilibrio externo sigue siendo enorme? En el 2016, la balanza comercial fue deficitaria en 12.000 millones de dólares, es decir que seguimos comprando en el exterior mucho más de lo que exportamos, y la balanza de pagos muestra un saldo en rojo equivalente a cerca del 5 por ciento del PIB. Es cierto que ha habido una reducción de estos déficits, pero ha sido sobre todo por una caída de las importaciones, porque las exportaciones siguen sin levantar cabeza: sin contar el oro, las exportaciones no tradicionales cayeron 6,3 por ciento el 2016.
Entre las múltiples razones que pueden explicar la revaluación hay que mencionar dos: los flujos de capitales, lícitos e ilícitos, y las señales que dan las autoridades económicas.
Los ingresos de capitales extranjeros el año pasado ascendieron a 14.000 millones de dólares, de los cuales las dos terceras partes aumentan la vulnerabilidad externa del país: los 3.000 millones de la cuestionada venta de Isagen, que en el futuro generará salidas más grandes de dólares, y otros 5.900 millones de capitales golondrina que en cualquier momento vuelven a volar hacia fuera.
Por el lado de las autoridades, el Gobierno sigue incentivando entradas de capitales como las mencionadas, y el Emisor ha dado la señal de que está dispuesto a ponerle techo al precio del dólar, pero no piso, pues cuando el precio de la divisa iba disparado para arriba, el Banco decidió intervenir en el mercado vendiendo dólares para frenar la subida, pero cuando se desplomó se quedó quieto. Parece que no hubieran aprendido de los enormes perjuicios que causa la revaluación.
Mauricio Cabrera G.
Consultor Privado
mcabrera@cabreraybedoya.com
¿Qué pasa con el dólar?
El Gobierno sigue incentivando las entradas de capitales, y el Emisor ha dado la señal de que está dispuesto a ponerle techo al precio del dólar.
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