Continua intenso el debate alrededor de los efectos de la reforma tributaria de Trump sobre la economía norteamericana. Cada vez se conocen más hechos y datos, así como modelos de proyección que muestran no solo la concentración de los beneficios en los más ricos, sino las consecuencias negativas que va a tener sobre el crecimiento y el empleo.
Uno de los principales argumentos para justificar la rebaja de impuestos a las empresas era que beneficiaba a los trabajadores, pues se suponía que con la plata ahorrada por menores tributos las compañías iban a invertir más –creando más empleos– y compartirían esas ganancias subiendo los salarios de sus empleados. La evidencia registrada por analistas independientes muestran que esto no está ocurriendo.
En cuanto al uso de los ahorros, un reporte de TrimTabs –firma de análisis de mercados de Wall Street– informó que, en el primer trimestre de este año, las grandes compañías norteamericanas dedicaron 305 mil millones de dólares a recomprar sus propias acciones y a adquirir otras empresas, duplicando el monto del 2017, mientras que lo dedicado a aumentos de salarios solo fue una tercera parte de ese dinero y escasamente aumentó unos pocos puntos porcentuales con respecto al año pasado.
Así, la distribución de la gabela tributaria no solo se ha concentrado en los propietarios de las organizaciones y los administradores, sino que va a ayudar muy poco al crecimiento, puesto que ni la recompra de acciones ni la adquisición de otras empresas es inversión que cree nuevos empleos; solo es cambio de propietarios de activos ya existentes, que concentra todavía más la riqueza y poco contribuye al aumento del consumo de los hogares.
Además, tampoco se espera que la subida de precios de las acciones vaya a durar mucho, porque el impulso al crecimiento va a ser de corta duración y puede empeorar la próxima recesión cuando llegue el inevitable cambio del ciclo económico. Esta no es la opinión de políticos que se oponen a Trump, sino del Fondo Monetario y de respetados bancos de inversión como Morgan Stanley.
En su último informe sobre la economía mundial, el FMI reconoce que la reforma tributaria de Trump va a acelerar un poco el crecimiento en dos años, pero pronostica que en el 2020 va a perder impulso y después va a disminuirlo, anulando las ganancias de los primeros años. Esto no solo por el carácter temporal de algunas de las reducciones de impuestos, sino por el incremento del déficit fiscal que van a generar, tal como lo comenté en esta columna la semana pasada
Morgan Stanley, por su parte, en un reporte reciente advierte a los inversionistas en acciones, que la rebaja de impuestos no es un “nuevo amanecer” para EE. UU., sino más bien una eufórica “hora feliz” después de la cual la economía será mucho más vulnerable a un doloroso guayabo, que se sentirá con fuerza en los precios de las acciones.
A la apropiada metáfora de la hora feliz, añaden los analistas que el guayabo es inevitable por las mismas razones que argumenta el FMI y que los remedios para aliviarlo serán más difíciles de aplicar, porque es más complicado tratar de combatir una recesión con estímulos tributarios cuando el déficit fiscal ha crecido tanto.
El populismo tributario se paga tarde o temprano.