Hace 500 años que el monje Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittemberg un impreso con 95 tesis en las que criticaba el negocio de venta de indulgencias que había montado el Papa disque para conseguir plata para la renovación de la Basílica de San Pedro. Así inició el movimiento de la Reforma, que dio origen a las iglesias protestantes y desencadenó en Europa sangrientas y prolongadas guerras religiosas.
Si Lutero viviera hoy se sorprendería con la proliferación de iglesias surgidas de sus tesis de relación personal con Dios, sin intermediarios, y de lectura e interpretación directa de la Biblia. Son miles en el mundo, con millones de fieles y seguidores, algunas muy sólidas y estructuradas,otras se asemejan más a sectas, o son solo lucrativos negocios de autodenomina.
Como sucede en la iglesia Católica, en las protestantes también hay oro y escoria. Muchos pastores dedicados al servicio de sus comunidades, a menudo entre los más pobres de los pobres, acompañando a sus feligreses no solo a realizar su dimensión espiritual, sino a mejorar la calidad material de sus vidas. Pero también otros dedicados al negocio de extorsionarlos con la promesa de la salvación eterna a cambio de los diezmos que recolectan, incluso con datáfonos, para su enriquecimiento personal, que ahora quieren convertir en poder político.
En Colombia, ha prosperado el negocio de la creación de iglesias, que empiezan en garajes y pronto construyen multimillonarias sedes que sirven hasta para convenciones políticas. Según datos del Ministerio del Interior, en el 2014 había 5.071 entidades religiosas registradas –y ese año se recibieron más de 1.000 nuevas solicitudes– que buscan aprovecharse de los beneficios tributarios por ser entidades sin ánimo de lucro.
En la pasada reforma tributaria se intentó limitar esos beneficios, pero un poderoso cabildeo lo impidió.
Por eso, hoy Lutero no protestaría contra los papas, sino contra esos seudopastores que han tergiversado su mensaje. A Francisco lo apoyaría en sus esfuerzos por cambiar la curia romana y le reconocería que haya participado, con espíritu ecuménico, en las ceremonias de conmemoración en Suecia del quinto centenario de la Reforma. Pero su crítica y rechazo al negocio de vender, y bien caro, la salvación eterna, hoy se dirigirá contra los negociantes de los diezmos. Las tesis de Wittemberg parecen escritas contra esas prácticas:
“Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando. (Tesis 27). Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la iglesia depende solo de la voluntad de Dios” (28).
Si Lutero viviera hoy, también compartiría el propósito de Francisco de convertir a la Iglesia al servicio de los pobres, pues para él, el verdadero camino a la salvación no es la compra de indulgencias, sino el compromiso con los pobres: hay que instruir a los cristianos que el que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias (43). Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene, en verdad, no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios (45).