Este jueves me llamó una amiga, preocupadísima por una noticia que apareció en el diario El Tiempo (http://bit.ly/1ICYdY2). Según la nota, la prestigiosa marca francesa de productos de lujo Hermès no abrirá una tienda en Colombia, como lo habían sugerido algunas versiones de prensa.
Como varias de las mujeres que conozco, la que me tiene una curiosa mezcla de frivolidad y reflexión. Por eso cuando le pregunté que si la mala noticia era que no iba a poder comprar una suntuosa pañoleta de seda a la vuelta de su oficina, se puso a la defensiva y me dijo: “No me crea tan frívola... Esa es una mala noticia porque es un indicio de que el dinamismo de esta economía se acabó”.
Para evitar que la conversación durara hasta hoy, le dije que tenía razón. Pero aquí entre nos, a mí no me parece malo que Hermès no abra una tienda en Colombia. Y no lo digo porque el rumor no tuviera sentido. De hecho, en los últimos años todas las grandes marcas del mundo pusieron sus ojos en los países de América Latina, una región que ha tenido un dinamismo interesante en medio del anémico desempeño de Europa y la lenta recuperación estadounidense.
No hay que olvidar que en la última década, el tamaño de la economía colombiana medida en dólares casi se duplicó y la clase media aumentó en cerca de cinco millones de personas. Y aunque la caída de los precios del petróleo nos está pasando factura, la economía crecerá el año entrante alrededor de 4,5 por ciento gracias al empuje de la construcción, un dinamismo nada despreciable para cualquier empresa que quiera expandir sus ventas.
Digo que no me parece malo que Hermès no abra una tienda en Colombia porque esta no es tierra para esa clase de semillas. Y no es que en el país no haya mercado para las marcas de lujo. Como resultado del auge reciente se ha ido configurando una pequeña clase emergente que cree que vive en Miami, y que antagoniza con una guerrilla a la que le gustan las motos Harley Davidson. Compradores potenciales hay, por punta y punta.
Pero a cualquiera que tenga un mínimo sentido común, le chirrea la existencia de tiendas como esa en un país que aún tiene una de las peores distribuciones del ingreso del hemisferio, donde hay más de cinco millones de desplazados por la violencia, donde la mitad de los niños de 15 años no entienden lo que leen, y donde a nadie le importa que este año hayan muerto 43 niños por desnutrición en La Guajira.
Esta tierra no está preparada para dar un salto hacia el lujo porque esa clase emergente, que de manera directa o indirecta maneja los hilos del país, no se ha dado cuenta de que mientras no resolvamos esos problemas tenemos el futuro embolatado. Si seguimos así, la clase emergente terminará yéndose a vivir a Miami, donde comprará a sus anchas sus productos de lujo, lo que terminaría de confirmar que no necesitamos que Hermès abra una tienda en Colombia.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo