Hace un par de días El Tiempo sacó una interesante nota sobre el avance económico de Barranquilla, que se suma a varios artículos recientes sobre los logros que ha tenido la ciudad en ese campo. Esos análisis aciertan al destacar el salto que ha dado la Puerta de Oro, pero muchos soslayan la causa fundamental de la transformación.
Ignorar el motor de ese cambio es desaprovechar una gran enseñanza para otras ciudades del país.
Empecemos por aquello en lo que hay acuerdo: Barranquilla le está dando sopa y seco en el campo económico al resto del país.
La ciudad tiene la menor tasa de desempleo de Colombia, su inversión empresarial aumentó 325 por ciento entre el 2011 y el 2012, y fue la que más disminuyó su pobreza el año pasado.
Entre las causas del auge se destacan algunas obvias. La economía colombiana está empezando a remontar el rezago que tiene en su proceso de internacionalización.
No hay que olvidar que Colombia ocupa el décimo lugar en los escalafones de exportaciones e importaciones por habitante en América Latina.
El Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos ha jugado un rol fundamental para empezar a superar ese vergonzoso retraso, lo que ha hecho que muchas empresas estén empezando a migrar desde el centro del país hacia la costa Caribe.
Pero el cambio de Barranquilla tiene más causas.
Hace unas semanas Heriberto Fiorillo escribió un artículo sobre el Bicentenario de la ciudad, donde citaba la opinión de Gustavo Bell, una de las personas que mejor combina el ojo de académico con el de funcionario público en estas materias. Entre los motores del cambio, Bell destaca la renovación política de la ciudad, con funcionarios que privilegian la eficiencia del gasto público, y el creciente número de empresas que han asumido en serio la responsabilidad social.
Bell lanzó bien esos dardos, pero le faltó un centímetro para dar en el blanco. La clave de la transformación no han sido esos dos factores por separado, sino justamente su interacción. Barranquilla ha despegado porque ha logrado cristalizar la convergencia entre los intereses públicos y los objetivos privados.
Los empresarios entendieron que les conviene propiciar las condiciones para que haya una buena administración pública, y esta a su vez entendió que su éxito va de la mano del buen desempeño del sector privado.
Por supuesto que la fórmula de la alineación de los intereses públicos y privados no es nueva. El fenómeno Char-Noguera tiene similitud con el de Fajardo-Salazar-Gaviria en Antioquia, y con lo que está pasando más recientemente en Cali.
Si alguno cree que esa convergencia de propósitos públicos y privados es algo natural, y que es obvio que cualquier ciudad la busque, le sugiero recordar lo que viene pasando en Bogotá desde hace diez años: entre diálogos de sordos y peleas de perros y gatos, estamos viendo cómo se va el desarrollo.
Y adivinen para dónde se va…
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo