El crecimiento de la economía el año pasado no trajo mayores sorpresas en la cifra global. Es cierto que 1,8 por ciento es ligeramente superior de lo que pronosticaban varios analistas, pero una décima de diferencia no es como para hacer fiestas, sobre todo cuando se verifica la precaria situación de algunos sectores.
Las mejores noticias corrieron por cuenta del ramo agropecuario, que creció 4,9 por ciento, manteniendo el buen desempeño que había mostrado durante todo el año pasado. Las malas vinieron del sector de la minería, que cayó 3,6 por ciento, y sigue afectado por los precios del petróleo, situación que se va corrigiendo poco a poco, pero sobre todo por el descenso de la producción, que ha caído más de 15 por ciento en los últimos dos años.
Por su parte, la manufactura volvió a perder el año con una contracción de 1 por ciento. Esta cifra es particularmente preocupante teniendo en cuenta que el comercio se expandió un poco más de 1 por ciento, lo que muestra que el consumo se está reactivando lentamente. Si el comercio crece ligeramente y a pesar de eso la industria cae, quiere decir que los productos nacionales siguen perdiendo terreno frente a los importados, lo que francamente sorprende, teniendo en cuenta que el peso se devaluó alrededor de 50 por ciento en los últimos tres años. Esto confirma que la manufactura nacional tiene serios problemas de productividad que la mayoría de compañías siguen sin resolver.
Otro dato que sorprende negativamente es el de la construcción, que se contrajo 0,7 por ciento el año pasado. Detrás de esa cifra hay dos comportamientos disímiles. Por un lado, las obras civiles crecieron un satisfactorio 8,7 por ciento, producto, entre otras cosas, de que al fin arrancaron las concesiones 4G. En contraste, las edificaciones cayeron un preocupante 12,4 por ciento, lo que significa que el sector no ha acabado de hacer el ajuste de precios e inventarios para acomodarse a una nueva realidad: que la economía crece menos de la mitad que lo que creció durante más de una década.
Esa realidad lleva a preguntarse si hay esperanza de que las cosas mejoren este año. La respuesta es que lo harán, pero no mucho. Las mejores noticias vienen por el lado del precio del petróleo, que se reflejará en más exportaciones y un mayor dinamismo de la inversión en el sector. También seguirá aumentando la inversión por cuenta de la expansión de la infraestructura. Entre tanto, el consumo debería mantener su senda de recuperación, teniendo en cuenta que las tasas de interés de colocación al fin han empezado a bajar y que la inflación está bajo control.
Por supuesto, no hay que soslayar el efecto sobre la demanda de la incertidumbre que generan las elecciones. El balance entre unos y otros factores terminará definiendo si este año la economía estará más cerca del 2,6 por ciento que avizoran muchos analistas, o del 3 por ciento que pronostica el Fondo Monetario Internacional.