El crecimiento del PIB de 1,3 por ciento en el segundo trimestre ha dado para toda clase de lecturas. Más tardó el Dane en revelar la cifra, que los escépticos en señalar que la economía se estancó. Por el contrario, los optimistas se apresuraron a destacar que la ligera mejoría respecto al primer trimestre quiere decir que ya tocamos fondo y empezó la recuperación. La realidad parece ubicarse a mitad de camino entre esas visiones extremas.
Empecemos por el aparente rebote de la actividad económica. Es muy probable que, efectivamente, el primer trimestre haya sido el peor de este año. La ligerísima mejoría registrada en el periodo de abril a junio debería acentuarse en la segunda parte del año, teniendo en cuenta que la inflación y las tasas de interés siguen descendiendo, lo que le da aire para crecer al consumo, que representa dos terceras partes de la demanda agregada. De hecho, las cifras de la firma Raddar muestran que, tras haber caído, en términos reales, durante doce meses consecutivos, el gasto de los hogares volvió a crecer en junio, y aún más en julio.
Sin embargo, la magnitud de la recuperación no es como para hacer fiestas. Con un dinamismo de apenas 1,2 por ciento en el primer semestre, en la segunda parte del año se requeriría un crecimiento cercano al 3 por ciento para alcanzar la meta del gobierno de 2 por ciento en el 2017. Y lo cierto es que no se ve de dónde puede venir la demanda para jalonar tal crecimiento.
El gasto del gobierno está cada vez más golpeado por las estrecheces fiscales. Las exportaciones, que arrancaron el año de manera promisoria, se han ido desacelerando, limitadas por la proverbial imposibilidad del empresariado colombiano de diversificar su oferta exportable, y por la inaudita capacidad de las comunidades locales de entorpecer la ya menguada producción petrolera. Entre tanto, la inversión privada se mantiene de capa caída por la gran incertidumbre que han generado factores como el posconflicto, la polarización política, la corrupción rampante y las dudas sobre una recuperación vigorosa.
Esa misma incertidumbre limita el potencial de expansión del consumo privado, que podría acelerar más su marcha si se toman en cuenta sus determinantes. A pesar de tener muchos factores a favor, como la buena respuesta del empleo ante la desaceleración, y las ya mencionadas reducciones de la inflación y las tasas de interés, el gasto de los hogares no despega con fuerza por las dudas políticas y económicas sobre el futuro.
El crecimiento del año completo será mediocre y rondará el 1,7 por ciento. Solo una nueva bonanza externa o una inyección de confianza, que impulsara el consumo y la inversión, mejorarían sustancialmente el panorama para el 2018. Sobre el primer punto, la situación de la economía mundial sugiere que la bonanza no se ve por ningún lado, y sobre el segundo, la corrupción y la polarización política se empeñan en destruir cualquier brote de confianza que surja entre los agentes económicos. Ojalá fracasen.
Más allá de un porcentaje
El crecimiento del año completo será mediocre y rondará el 1,7 por ciento.
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