En medio del entusiasmo generado por el sorpresivo crecimiento del primer trimestre, han pasado inadvertidos dos fenómenos que representan una vulnerabilidad para la economía colombiana.
Se trata del incremento de nuestro déficit comercial y el debilitamiento de la inversión extranjera.
En la medida en que se siguieran profundizando estas dos tendencias, la economía estaría cada vez más expuesta a un ajuste súbito de la tasa de cambio y una reducción del crecimiento económico.
Ambos fenómenos son resultado de circunstancias externas e internas. La profundización del déficit comercial es producto del debilitamiento de las exportaciones colombianas, tanto tradicionales como no tradicionales.
El enfriamiento de la economía china está pasando cuenta de cobro a todas las economías exportadoras de materias primas, y Colombia no es la excepción.
A ello se suma el mal comportamiento de nuestras ventas manufactureras, afectadas por la desaceleración de los mercados regionales y nuestros consabidos problemas de competitividad.
Así, en los primeros cuatro meses del año nuestras exportaciones cayeron casi 7 por ciento frente al mismo periodo del año anterior. Mientras tanto, las importaciones crecen a la par con la economía: entre enero y abril nuestras compras al resto del mundo aumentaron más de 4 por ciento frente al mismo periodo de 2013.
En la medida en que le compramos más al mundo que lo que le vendemos, se profundiza nuestro déficit en la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos, que el año pasado cerró en un nivel cercano a 3,5 por ciento del PIB.
Un desequilibrio externo de esa magnitud debe inquietar a cualquiera. De hecho, ese fue uno de los indicadores que tuvo en cuenta la revista The Economist hace unos meses, cuando ubicó a Colombia como uno de los países más vulnerables ante una potencial tensión financiera internacional.
A pesar de ello, en nuestro medio, la preocupación no había sido grande por una razón: ese desequilibrio externo había sido plenamente financiado por los flujos de inversión extranjera directa, que no tienen la volatilidad de los flujos de portafolio, y por tanto garantizan estabilidad externa incluso ante una potencial insuficiencia de financiación.
Eso nos lleva al segundo fenómeno preocupante: la inversión extranjera directa que llega el país también se está debilitando.
Aunque en el 2013 alcanzó un nivel récord, en lo corrido del año no ha mostrado un comportamiento muy halagüeño: el ingreso de divisas por ese concepto entre enero y mayo de este año registró una caída de casi 10 por ciento frente al mismo periodo del año anterior.
Esa situación se explica por el debilitamiento internacional de los commodities, que ha hecho que varias inversiones mineras pierdan atractivo para los capitales extranjeros, y los mayores costos de la exploración y explotación de hidrocarburos en el país, por atentados, consultas previas y licencias ambientales.
¿Ha llegado la hora de preocuparnos por tener un déficit de Cuenta Corriente creciente que no está plenamente cubierto por los flujos de inversión extranjera directa?
La respuesta dependerá de las cifras de los próximos meses, pero ya se ha prendido una luz de alerta.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo