Esta semana la administración Trump volvió a alborotar el avispero con dos anuncios económicos importantes. Por un lado, trascendió que la Casa Blanca estaría pensando promover la salida de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), y por otra, los asesores económicos del presidente revelaron los lineamientos de su esperada propuesta de reforma tributaria.
Ambos hechos terminaron teniendo más de tilín que de paletas. A las pocas horas del revuelo generado por la posibilidad del retiro de Estados Unidos del Nafta, el mismo Trump se encargó de aclarar la situación. En sendas llamadas a sus pares de México y Canadá, les precisó que no quiere acabar con el acuerdo, sino renegociarlo, y les pidió sentarse lo más pronto posible a barajar y repartir de nuevo.
El anuncio sobre la reforma tributaria también dejó más ruido que nueces. El proyecto revelado por los asesores de Trump apenas consta de una página que esboza, de manera general, los lineamientos de lo que espera presentar al Congreso. La propuesta incluye un recorte del impuesto a las empresas de 35 a 15 por ciento, una simplificación de las tarifas a las personas naturales y la eliminación de los tributos a la propiedad.
Además, establece que las firmas estadounidenses no tendrían que pagar impuestos sobre sus ganancias en el exterior.
Lo que no aclara la paginita son los detalles específicos de cada propuesta, su efecto esperado sobre el crecimiento y el empleo, su costo fiscal y su impacto en la deuda pública. Estas omisiones no son menores porque constituyen la esencia del significado económico de la reforma. Está claro que la propuesta tendría un primer efecto positivo, en la medida en que la reducción de impuestos traería más gasto y más actividad productiva. Sin embargo, en el mediano plazo los efectos no serían tan halagüeños: cálculos del Comité para un Presupuesto Responsable, un grupo de trabajo bipartidista, señalan que la propuesta elevaría la deuda pública a 111 por ciento del PIB en el 2027, el nivel más alto de la historia.
Tras los anuncios de esta semana, dos cosas quedan claras para Colombia. La primera es que pasará mucho tiempo antes de que alguien en Washington piense en renegociar el TLC con Colombia. Aunque Trump haya vuelto a mostrar sus dientes proteccionistas, somos tan pequeños para EE. UU. que no estamos entre sus primeros 20 socios comerciales, y además la balanza bilateral es claramente superavitaria para ellos.
Lo que sí terminaría teniendo efectos sobre nuestra economía sería la nueva política fiscal que está esbozando Trump. Si sus ideas pasan en el Congreso, en una primera etapa habría mayor crecimiento económico y mayores presiones inflacionarias en EE.
UU., lo que conllevaría una aceleración del aumento de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal y la consecuente profundización de la depreciación del peso en Colombia. En la segunda etapa, empezaría a tambalear la sostenibilidad de la deuda pública estadounidense, lo que generaría una creciente zozobra que se extendería al mundo entero.
‘Trumponomía’, nuevo capítulo
Mayor crecimiento económico y más presiones inflacionarias en EE. UU., conllevaría una aceleración del aumento de las tasas de interés.
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