La negociación del aumento del salario mínimo es una parodia anual. Como en el teatro chino, donde los actores llevan máscaras, en la negociación de final de año, todos juegan unos roles falsos y sus posiciones son, por lo tanto, simples distractores con argumentos llenos de cinismo.
Empecemos por el sector privado, con unos gremios que ya no representan a nadie. Su prestigio ha sido devorado por su falta de independencia frente al gobierno, que hoy los manipula mediante subsidios y fondos parafiscales, en los cuales los ministros exigen lealtades o toman represalias a quienes no obedecen.
Los gremios, además, argumentan, con la máscara de la prudencia, que los elevados costos del trabajo frenan la competitividad en un mundo globalizado.Mientras tanto, exigen que el gobierno restrinja las importaciones y reduzca la competencia.
Pero el cinismo del sector privado le impide analizar el costo del trabajo desde la perspectiva de la productividad sectorial. Hay ramos en los cuales la productividad se puede haber incrementado de forma sustancial. En estos, los aumentos de salario pueden ser más altos porque no afectarían la competitividad.
En otros, en los que la productividad no mejora, es evidente que la subida en los salarios morderá la competitividad de la empresa. Al sector privado no le conviene que existan varios aumentos de salarios diferentes por sector. Prefieren la negociación de un incremento general que penaliza en su promedio a los trabajadores de los sectores eficientes y favorece a los de los ramos ineficientes.
Los sindicatos llegan con la máscara de preocuparse por el empleo, cuando en realidad representan, en su inmensa mayoría, a los empleados públicos, que son los que tienen menor posibilidad de perder su puesto. Los sindicatos, como los gremios, no son representativos de la clase trabajadora.
Nunca piensan que con sus solicitudes exageradas le cierran la puerta a los miles de desempleados e informales que no encontrarán oportunidades laborales porque el empresario preferirá no emplear más trabajadores.Este año tienen la suerte de que la elevada inflación registrada hace inevitable que el aumento del salario mínimo sea de dos dígitos.
El gobierno se sentará en la mesa con la máscara de la inocencia, como si el hecho de que por tercer año consecutivo no se cumpliera la meta de inflación no fuera su responsabilidad. El déficit de la cuenta corriente y el desequilibrio fiscal han debilitado al peso, aumentando la inflación importada. A punta de mermelada ha llevado el gasto a niveles insospechados, incrementando, de paso, la deuda externa a 42 por ciento del Producto Interno Bruto.
Las exportaciones no reaccionan, el crecimiento del tercer semestre es un decepcionante 1,2 por ciento, aumenta el desempleo y la inflación cerrará el año en 6, el doble de la meta establecida por el Emisor. Preocupado por el enfriamiento de la economía, es muy probable que el gobierno presione un aumento significativo del salario mínimo. Pero en su cinismo estrella, también obtendrá la aprobación de la reforma tributaria, que le quitará a los consumidores capacidad de compra y ahorro.
No tenemos una estrategia común para crear empleo estable y de calidad. Dos millones de colombianos ganan el mínimo, pero 6 millones ganan por debajo de este. La negociación del salario mínimo es, para todos ellos, un triste momento del año.
Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
migomahu@hotmail.com
Teatro con máscaras
Preocupado por el enfriamiento de la economía, es muy probable que el gobierno presione un aumento significativo del salario mínimo
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