La historia de la economía moderna es el tránsito de la economía política a la ciencia económica. Los padres de la ciencia Smith, Malthus, Ricardo y Marx practicaban la economía política. Analizaban los temas económicos desde la perspectiva de su impacto en la sociedad en la que vivían. Eran economistas políticos, pues su interés era explicar el nacimiento del capitalismo y su efecto transformador sobre las sociedades de su época.
La llegada de un conjunto de matemáticos como Jevons, Marshall, Walras, Irving Fisher reorientaron la investigación de la economía en un sentido más abstracto y teórico. Los neoclásicos le dieron su ropaje matemático que la convirtió en un caso especial dentro de las ciencias sociales. A medida que se fue perfeccionando el aparato estadístico y la informática, las formulaciones matemáticas pudieron ser validadas en modelos econométricos, cada vez más sofisticados. La ciencia evolucionó su enfoque de un carácter normativo (el deber ser) a un carácter positivo (lo que es). Algunos creemos que en ese tránsito la economía ganó profundidad científica, pero perdió influencia social. La economía terminó siendo implementada por políticos sin formación, que empobrecieron el nivel del debate y lo distorsionaron por motivos ideológicos. Un sano regreso a la economía política es necesario para que la discusión sobre las opciones de políticas económica se enriquezca.
Lo anterior es particularmente válido en la coyuntura nacional. El próximo gobierno heredará una delicada realidad económica con un bajo nivel de crecimiento, una crisis fiscal y un serio problema de competitividad. La actual campaña política debería estar centrada en las opciones disponibles para superar estos dilemas estructurales del país. Pero el debate económico electoral es de una gran pobreza.
Las opciones de política económica disponibles a partir del 7 de agosto tendrán grandes impactos políticos. ¿Debemos seguir aumentando la carga fiscal para cumplir con la regla fiscal, o deberíamos suspender temporalmente esa norma? ¿Se pueden bajar los impuestos? ¿Hay que aumentar la edad de jubilación o debemos bajar las pensiones asumidas con cargo al presupuesto nacional? ¿En qué dirección debemos modificar nuestro código laboral para recuperar competitividad y disminuir el desempleo? ¿Cómo podemos modificar nuestro sistema público de educación para mejorar la calidad? ¿Cómo mejoramos la eficiencia del gasto público? ¿Cómo financiamos el posconflicto?
Estos son algunos de los temas de política pública económica que son trascendentales para el próximo gobierno y sobre los que deberíamos estar debatiendo en profundidad en el marco democrático. Pero ni los partidos, los candidatos o los medios están en esa tónica. Seguimos en el estéril debate electorero de las alianzas y las descalificaciones, mientras la mermelada y la corrupción dominan el panorama de la política. En tanto la política siga siendo regida de forma exclusiva por estas dinámicas, las elecciones seguirán siendo grandes frustraciones de nuestro sistema democrático.
Es hora de la economía política. Es el momento de analizar cuáles son las prioridades nacionales y cómo deberíamos implementarlas. Hay que discutir, con seriedad, en dónde asignamos los escasos recursos disponibles para darle a esta sociedad exhausta un nuevo aire de crecimiento. Porque, como bien lo dijeran los clásicos, sin crecimiento no hay posibilidad de superar la pobreza ni garantizar el bienestar. Así de simple, o si quieren, así de difícil.