La única área del Gobierno que se está preparando para el posible posconflicto es el sector de seguridad y defensa. Metódica y ordenadamente, el Ministerio ha venido estudiando los retos que se avecinan, si hay humo blanco en La Habana. Los desafíos son enormes, pues se trata de conciliar dos objetivos muy delicados: garantizar que la paz no se traduzca en más inseguridad y repensar las fuerzas en un escenario sin conflicto político.
Tal vez lo más importante es desmontar las falsas ideas que algunos, con intereses políticos, quieren instalar en la opinión pública. La más frecuente es el absurdo concepto de que, firmada la paz, el país recibiría un ‘dividendo’ que podría invertir en temas sociales, pues los recursos no serían necesarios para la seguridad. Todos los que han estudiado los posconflictos en América Latina saben que estas fases históricas vienen acompañadas de un aumento significativo de la violencia criminal. No es, entonces, cierto que la paz traiga consigo la seguridad. Será necesario, por varios lustros, invertir en mejorar todos los aspectos relacionados con la tranquilidad de la población. De lo contrario, viviremos el terrible escenario de Centroamérica, donde los muertos de la paz superan a los de la guerra. Este error, que cometieron otros países, no lo podemos repetir nosotros.
Pero también está el reto de transformar las fuerzas militares y la policía para enfrentar un entorno muy diferente al que caracteriza las operaciones contra la guerrilla y el terrorismo. Hay varias preguntas difíciles que tienen respuestas complejas. Es claro que no se puede reducir rápidamente el pie de fuerza, pues la paz va a exigir, más que nunca, un control total del territorio por parte del Estado. Pero también es cierto que el costo salarial, médico y pensional tiene que poder ser financiado en el largo plazo. Simultáneamente hay que seguir modernizando nuestras fuerzas para que, en el curso de varias décadas, podamos tener menos hombres con mayores recursos técnicos y sin perder capacidad militar operacional. Lograr estas metas es un verdadero reto para cualquier país, pero sobre todo para uno que ya enfrenta graves restricciones presupuestales, como es el caso de Colombia.
Derrotar a la guerrilla es un objetivo complejo, pero definido. En el futuro, las fuerzas de seguridad deberán estar preparadas para enfrentar situaciones diversas e impredecibles. Requerirá un perfil profesional más amplio y polivalente, con habilidades de innovación y comunicación, que no son la norma en la actualidad. Esto implica modificar los procesos de formación, reduciendo el componente de entrenamiento y profundizando la educación de quienes llevan el uniforme. La doctrina, el modelo de disciplina y el estilo de liderazgo serán diferentes porque las circunstancias serán distintas. Hay que ir preparando este aspecto humano de la transformación, que es el más delicado y profundo.
Los colombianos tienen que entender que la Fuerzas Militares no son, en periodo de paz, un lujo. Son una necesidad institucional fundamental. Ante las falsas expectativas infladas para dorar el proceso de paz, resulta tranquilizador el empeño del Ministerio de Defensa por analizar, con cabeza fría, los ajustes que deberá enfrentar este sector estratégico para el futuro del país.
Miguel Gómez Martínez
Profesor del Cesa
migomahu@hotmail.com