La reforma tributaria de Donald Trump, por la que pocos apostaban, está, al momento de escribir estas líneas, pendiente de la conciliación legislativa entre la Cámara de Representantes y el Senado de Estados Unidos. Es una atrevida apuesta que busca, mediante una rebaja agresiva en los impuestos personales y de las sociedades, restablecer un ritmo de crecimiento robusto apoyado en mayor consumo e inversión.
En el texto se prevén medidas audaces como, por ejemplo, permitir como válida la contabilidad de caja para negocios con ingresos inferiores a cinco millones de dólares. También autoriza deducir los impuestos locales pagados del tributo federal e incluir las cuotas hipotecarias de la vivienda principal. El nuevo estatuto permite depreciar, en el primer año, el 100 por ciento de las compras de bienes de capital.
El efecto de las medidas contempladas en el nuevo código tributario se traducirían en liberar entre 10 y 14 mil dólares anuales de ingreso para la clase media norteamericana, lo que llevaría a una reducción de su elevado nivel de deuda y a un estímulo del consumo vía un mayor ingreso disponible (ingreso total menos presión fiscal).
Pero lo de mayor impacto es la reducción del impuesto sobre las sociedades del 35 por ciento actual a un muy competitivo 20 por ciento. Además se crean condiciones muy favorables para que las empresas estadounidenses que han exportado capitales en forma de inversiones puedan retornarlos sin tener que asumir costos fiscales significativos. El efecto combinado de una menor tributación y un estímulo a la repatriación de capitales va a sacudir los flujos de los mercados de capitales a nivel mundial. Estados Unidos, que es la economía más grande y segura del mundo, ahora es, además, una de las más atractivas en términos impositivos.
Trump lanza un desafío a todos los modelos económico que consideran que es el gasto público el que debe fijar la pauta de crecimiento. Además consolida su discurso nacionalista (America First) al pedirle a los empresarios que piensen en invertir en Estados Unidos en lugar de buscar oportunidades de negocios en el exterior. Todos los países del mundo se verán afectados por esta movida, cuyas repercusiones serán variables. Sin duda, China, México e India serán los más perdedores, pues Estados Unidos tienen muy importantes activos en esos mercados.
Para Colombia la situación no es tampoco favorable. La inversión extranjera de portafolio (la que se orienta a compra de acciones y títulos de deuda privada o pública) ha caído en 31 por ciento entre octubre del 2016 y octubre del 2017. La inversión extrajera directa se ha recuperado producto del mejor precio internacional del petróleo, cuya estabilidad es incierta en el corto plazo. Pero el problema de nuestra economía es su elevado nivel impositivo, su obsoleto sistema tributario y su gasto público ineficiente. ¿Por qué invertir en un país sin infraestructura, con deficiente competitividad, un sistema laboral rígido, elevados niveles de corrupción y crisis institucional? La oferta país de Colombia no es atractiva, así el gobierno crea que la paz todo lo soluciona, hasta el mal gobierno.
Mientras Trump pone su confianza en el sector empresarial, nosotros lo hacemos en el clientelismo y a un gasto público que es, en muchos casos, un inmenso desperdicio de recursos.