La semana pasada fue difícil para Colombia. En medio de los canapés, las sonrisas y la escandalosa comitiva que acompañó a Santos a Washington, se produjeron tres noticias muy delicadas para nuestra economía. La primera de ellas fue la confirmación de la estrepitosa caída de las exportaciones (-35 por ciento) en el 2015. La segunda fue el muy preocupante aumento de la inflación en enero (+1,29 por ciento mensual y 7,45 por ciento anualizado), y, por último, el llamado de atención de las calificadoras internacionales de riesgo sobre la necesidad de que se realice un ajuste adicional en el gasto público.
Siguen acumulándose malas noticias mientras el equipo económico se esfuerza por demostrar que Colombia no está entrando en crisis. Los tres sucesos permiten predecir lo que se nos viene para los próximos meses.
El descenso en las exportaciones confirma el carácter estructural del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, que, a su vez, es el reflejo de la muy baja competitividad. Con un desbalance de estas proporciones, el dólar no puede sino seguir subiendo. Salvo un milagro, que nadie espera, y que aumente el precio del petróleo, tendremos un peso débil hasta que las importaciones disminuyan aún más.
El incremento de la inflación obligará al Emisor a apretar el control monetario con una política activa de tasas de interés. Vendrán más alzas del costo del dinero en el primer semestre, lo que es una mala noticia para los sectores que dependen del crédito como la vivienda, el automotriz y los bienes durables. No sería de extrañar que el deterioro de la cartera de microcrédito, que ya es visible, se extienda a la comercial y de consumo. El mayor costo del dinero frenará la demanda interna, que es la esperanza que tiene Colombia frente a las débiles expectativas que presenta la economía mundial y, especialmente, los países vecinos.
En el plano fiscal, el llamado de atención de las calificadoras es preocupante. El gobierno, en una jugarreta política, anunció que la reforma tributaria sería postergada para después del plebiscito por la paz. Las cuentas fiscales no cuadran y el menor crecimiento esperado conspira contra un mayor recaudo. El gobierno insiste en que no modificará la regla fiscal ni el Marco Fiscal de Mediano Plazo. Es una posición coherente, pero para ello tendrá que anunciar nuevos recortes. Aquí es donde la situación se complica. El gobierno es ‘mermeladodependiente’, y, por lo tanto, no puede recortar esa grasa sin perder margen de maniobra político. Como el único objetivo del gobierno es ganar el plebiscito, a cualquier costo, recortar mermelada podría ser políticamente delicado. Un ajuste mayor, como el que exigen las calificadoras, no le gustaría a los barones electorales, que son la esperanza del gobierno para sacar adelante plebiscito amañado.
Mientras todo esto sucede, Colombia se dirige hacia una tormenta económica. Dólar elevado y dinero caro frenarán el crecimiento. La esperanza de utilizar el gasto público como elemento contracíclico se diluye por un déficit fiscal que estaría ya en el techo de lo permitido (3,6 por ciento del PIB). Una mayor devaluación presiona la inflación, y las expectativas se han desanclado. Sin credibilidad, la política monetaria es inoperante.
Si las calificadoras deciden bajar el rating de la deuda pública, la tormenta se convertiría en tempestad.
‘Mermeladodependiente’
POR:
Miguel Gómez Martínez
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