Se llevó a cabo en Bogotá, con éxito, una nueva edición de la feria internacional de floricultura, Proflora. Tenemos una economía que cada vez exporta menos y pierde competitividad, como lo confirman los índices internacionales. Debemos reflexionar sobre las características de este sector productivo que es un ejemplo de resistencia y capacidad exportadora.
La floricultura inició en Colombia a finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando el estadounidense Eddie Cheever recomendó a Miguel De Germán Ribón la siembra de claveles en la Sabana de Bogotá por considerar que la región tenía condiciones óptimas para tal propósito. Hoy, el sector exporta más de 1.300 millones de dólares a 90 países y sigue siendo la estrella del rubro de las no tradicionales. Después de Holanda, Colombia es el mayor exportador de flores del mundo, lugar que no ocupamos en ningún otro negocio legal de la economía mundial.
Por ser un producto frágil y perecedero, producir y exportar flores requiere una gran capacidad empresarial. En el caso de los productores colombianos, han sabido combinar el origen agrícola de la flor con una sofisticada estructura de logística y comercialización que permite que el producto se distribuya con éxito en los mercados de los países desarrollados. En el 2016 se exportaron 236.000 toneladas de flores desde los aeropuertos de Bogotá y Ríonegro, una de las operaciones más exigentes en materia de transporte aéreo que existe en el mundo. Los floricultores no son agricultores, son empresarios del campo, algo que no ha sido posible desarrollar en muchos sectores de la oferta de productos básicos colombianos.
Para lograr estos resultados, la floricultura ha tenido que enfrentar un reto enorme: la fortaleza del peso. Durante una década, mientras el país dilapidaba la bonanza energética, este sector sufría los efectos devastadores de la revaluación. Las flores no se venden en Colombia. Al no tener mercado doméstico, dependen exclusivamente de sus ventas en el exterior, lo que lo hace muy vulnerable a la evolución de la tasa de cambio.
La política económica prefiere estimular sectores como el energético, que produce ingresos para el fisco, a pesar de que generan poco empleo. La floricultura, por su parte, crea 130 mil empleos directos en 60 municipios del país, donde es por lo general el mayor empleador. En su mayoría son mujeres, y se trata de empleo formal y estable, algo que no es la norma en la agricultura nacional.
En un sector en el cual la tecnología y la productividad son claves, los floricultores han logrado superar las debilidades estructurales de Colombia en los ramos de la investigación y la eficiencia de los procesos de comercio exterior. Han, además, enfrentado casos legales complejos en materia de dumping y subsidios, acusaciones en temas de medioambiente, trabajo infantil y violación de los derechos sindicales. Han siempre logrado demostrar que, en medio de los dificultades y carencias de un país como Colombia, son un sector que opera en el marco de la ley y la responsabilidad social.
Que Colombia exporte muchas flores con elevados niveles de calidad, es algo de lo que debemos estar muy orgullosos. Que, además, genere empleo y divisas, compitiendo en mercados desarrollados, es un ejemplo que deberíamos ser capaces de replicar en otros sectores.