Xi Jinping, el presidente de China, la semana pasada dio un discurso sobre globalización en el Foro Económico Mundial que se hubiera esperado que proviniera de un presidente estadounidense.
En su inauguración, Donald Trump hizo comentarios sobre el comercio que nunca se hubieran esperado que provinieran de un presidente estadounidense. El contraste es asombroso.
Xi reconoció que la globalización no estaba exenta de dificultades, pero él argumentó “culpar a la globalización económica por los problemas del mundo es inconsistente con la realidad”.
Más bien, “la globalización ha impulsado el crecimiento mundial y ha facilitado el movimiento de bienes y de capital, los avances en la ciencia, la tecnología y la civilización, y las interacciones entre los pueblos”.
Su visión coincide con la del último presidente de EE. UU. en dirigirse al Foro Económico Mundial. En 2000, el presidente Bill Clinton argumentó que “tenemos que reafirmar inequívocamente que los mercados abiertos y el comercio basado en normas son el mejor motor que conocemos para elevar los estándares de vida, para reducir la destrucción del medio ambiente y para construir una prosperidad compartida”.
Trump rechaza esta visión: “debemos proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, roban nuestras empresas y destruyen nuestros empleos. La protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza”. Además: “seguiremos dos reglas sencillas: comprar de Estados Unidos y contratar en Estados Unidos”.
Medidas tomadas por Trump
Esto no es simple parloteo. Trump ya ha cancelado la participación estadounidense en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) negociado bajo su predecesor. Él ha anunciado su intención de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Además, él ha hecho amenazas muy punitivas contra México (la imposición de un arancel del 35 por ciento) y contra China (la imposición de un arancel del 45 por ciento).
Detrás de esto es lo que Peter Navarro, el asesor de política comercial de Trump, y Wilbur Ross, su propuesto secretario de Comercio, llaman la ‘Doctrina Comercial Trump’: que “cualquier acuerdo debe aumentar la tasa de crecimiento de la economía, reducir el déficit comercial y fortalecer la base manufacturera estadounidense”.
Para un lector británico, esto trae a la memoria recuerdos de la ‘estrategia económica alternativa’ promovida por la izquierda del Partido Laborista durante la década de 1970. Al igual que Navarro, el Ross y, al parecer, Trump, esos izquierdistas argumentaban que los déficits comerciales limitaban la demanda.
Disminución del déficit comercial
Los controles sobre las importaciones fue lo que propusieron como solución. Los acuerdos dirigidos hacia la disminución del déficit comercial de EE. UU. parecen ser la solución de Trump. ¿Quién hubiera imaginado que el mercantilismo primitivo se apoderaría de la maquinaria de formulación de políticas de la economía de mercado más poderosa del mundo y emisora de la principal moneda de reserva del mundo?
El aterrador hecho es que las personas que parecen más cercanas a Trump creen cosas que son casi completamente falsas.
Ellos creen, por ejemplo, que un impuesto sobre el valor agregado (IVA) que no se impone a las exportaciones es un subsidio a las exportaciones. No lo es: los bienes estadounidenses vendidos en la Unión Europea (UE) pagan un impuesto al valor agregado (IVA), al igual que los bienes europeos; y los bienes europeos vendidos en EE. UU. pagan impuestos sobre las ventas (donde se imponen), al igual que los bienes estadounidenses.
En ambos casos, no se crea distorsión alguna entre los bienes nacionales y los importados. Los aranceles se imponen únicamente a los bienes importados. Por lo tanto, distorsionan los precios relativos.
Una vez más, estas personas creen que la política comercial determina el déficit comercial. Esto no es así, porque los balances del comercio (y de la cuenta corriente) reflejan las diferencias entre ingresos y gastos. Supongamos la imposición de aranceles a nivel general.
Las compras de divisas caerán y la tasa de cambio aumentará, hasta que las exportaciones bajen y las importaciones aumenten lo suficiente como para devolver el déficit a donde comenzó.
La protección entonces solo ayuda a algunos negocios a expensas de los demás. Las propuestas de Trump parecen tener como objetivo resucitar a los negocios económicamente muertos.
Es cierto que la protección pudiera reducir el déficit externo haciendo que EE. UU. sea un destino menos atractivo para la inversión extranjera. Pero eso no parece una estrategia sensata.
Acuerdos comerciales
Otro error es la creencia en el mérito de los acuerdos bilaterales. Los acuerdos comerciales no son como los acuerdos entre empresas. Ellos establecen los términos bajo los que todas las empresas llevan a cabo transacciones.
El bilateralismo fragmenta los mercados mundiales. Para las empresas es extremadamente difícil crear acuerdos a largo plazo si nuevos acuerdos bilaterales pueden desestabilizar las condiciones competitivas en cualquier momento. Desafortunadamente, como argumenta Martin Sandbu, unas políticas insensatas pudieran ocasionar enormes daños.
El presidente de EE. UU. tiene la autoridad legal para hacer prácticamente lo que quiera. Pero incumplir acuerdos pasados sin duda hará que EE. UU. parezca un socio poco confiable.
También es probable que sus víctimas, en particular China, tomen represalias.
Según el análisis del Instituto Peterson de Economía Internacional (PIIE, por sus siglas en inglés), China y México representan en conjunto una cuarta parte del comercio estadounidense. En una guerra comercial total, el número de empleos en Estados Unidos pudiera disminuir en 4,8 millones en el sector privado. La interrupción de las cadenas de suministro es probable que sea particularmente grave.
Más allá de esto existen significativas consecuencias geopolíticas. Atacar a México acabará con tres décadas de reformas, probablemente entregándole el poder a un populista de izquierda. Atacar a China puede envenenar durante décadas una relación esencial.
Abandonar el TPP puede entregarle a China muchos de los aliados asiáticos de EE. UU. Ignorar las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) pudiera destruir la institución que proporciona estabilidad al lado real de la economía mundial.
La retórica de “EE. UU. Primero” suena como una declaración de guerra económica. EE. UU. es inmensamente poderoso. Pero ni siquiera puede estar seguro de que obtendrá los resultados que desea. En lugar de ello, puede que simplemente se declare como un ‘Estado canalla’.
Una vez que un líder hegemónico ataca el sistema que creó, sólo dos resultados parecen probables: el colapso del sistema o la recreación del sistema alrededor de un nuevo líder hegemónico.
La China de Xi no puede reemplazar a EE. UU. : eso requeriría cooperación con los europeos y con otras potencias asiáticas. El resultado más probable es una batalla campal de políticas comerciales. La visión de Xi es la correcta. Pero, sin el apoyo de Trump, puede que ahora sea impracticable. Eso no beneficiaría a nadie, incluyendo a EE. UU.
Martin Wolf
Columnista del Financial Times.
Batalla de Trump y Xi Jinping sobre la globalización
La retórica comercial del presidente estadounidense suena como una declaración de guerra económica.
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