Cuando la sostenibilidad se ha vuelto un lugar común, es complejo encontrarnos con una definición que nos acerque con simpleza y profundidad al corazón de su sentido. Un camino para aproximarnos es comprenderla como el concepto político que se le ha dado en la historia reciente al mayor de los retos humanos: vivir sin comprometer, ni poner en peligro la vida de las nuevas generaciones y del ecosistema humano.
Ese concepto ha derivado en gran cantidad de llamados mundiales que van desde los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), la nueva agenda urbana, las cumbres mundiales contra el cambio climático, entre muchas otras. Sin embargo, ha pasado desapercibida una noción simple, enunciada por el papa Francisco, en la encíclica Laudato sí: “la ecología de lo cotidiano”.
Su tesis principal afirma que, para asegurar una mejora integral y sostenible de la calidad de vida de los seres humanos, es necesario analizar el espacio donde transcurre nuestra existencia, es decir, allí donde cobra vida la realidad en el día a día, el poder de la estética, el valor del espacio público, la responsabilidad en el manejo de los recursos: aire, agua y tierra en esos entornos próximos.
¿Por qué esta reflexión? Ella trae una lección profunda para las ciudades, ese ámbito más íntimo en el que habitamos calles, barrios, vecindarios, comunidades, y en las que tejemos la buena o mala calidad de vida con nuestro accionar cotidiano. Por eso, no es menor cuando ciudadanos, de manera organizada y, he de decirlo, desafiante, invitan a una urbe a pensar en sus acciones cotidianas alrededor de hábitos, y el impacto de ellos, en recursos esenciales como el aire.
Sí, hablo de Medellín, que, probablemente, no está peor, a nivel ambiental, que muchas otras ciudades colombianas. Pero, por sus características geográficas –está ubicada en un cañón– y sus condiciones climáticas actuales, se ha puesto en el centro del debate sobre la calidad del aire.
Lo delicado es que la discusión se ha desviado. En las últimas semanas, el debate se ha concentrado en la preocupación por el buen nombre de la ciudad. Hay recelo con las formas utilizadas por los colectivos para demandar atención sobre la situación del aire, lo que ha coincidido con una serie de expresiones erráticas del Gobierno municipal ante la situación.
Todo lo anterior restándole poder a un llamado que es superior a todo: la preocupación de la ciudadanía por una situación ambiental. ¿De eso no se trata? De que la ciudadanía actúe. En otras metrópolis, acciones de ese tipo, realizadas por alcaldes, han sido un llamado disruptivo sobre los hábitos cotidianos de la ciudadanía, que hacen invivible la urbe, pero acá cuando el llamado es de la ciudadanía, espanta.
La ecología de lo cotidiano es una invitación a crear en nuestros espacios próximos un mayor nivel de empatía con el medioambiente. No dejemos que la atención se desvíe. Grandioso que a una ciudad le importe su aire, ese es un gesto de amor civil y político.
Claudia Restrepo
Exvicealcaldesa de Medellín
Ecología de lo cotidiano
La ecología de lo cotidiano es una invitación a crear en nuestros espacios próximos un mayor nivel de empatía con el medioambiente.
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