Xi Jinping, quien recientemente recibió el título de ‘líder central’ de China, es un hombre con dos misiones. La primera es purgar la corrupción del Partido Comunista Chino. La segunda es reformar la economía. Sin embargo, estos objetivos resultarán incompatibles si continúa concentrando sus principales esfuerzos en purificar y fortalecer al corrupto Estado unipartidista leninista.
En 2014, Xi describió el reto al que China se enfrenta de la siguiente manera: “La corrupción en las regiones y en los sectores está entrelazada; los casos de corrupción por colusión están aumentando; el abuso de autoridad sobre el personal y el abuso de autoridad ejecutiva se superponen; el intercambio de poder por poder, de poder por dinero y de poder por sexo es frecuente; la colusión entre funcionarios y empresarios y la colusión entre superiores y subordinados se han vuelto entrelazadas; los métodos de transferir beneficios entre sí son ocultos y diversos”.
Esta dura acusación puede que sirva sus propios intereses. Como señala Minxin Pei en un brillante libro, ‘China’s Crony Capitalism’ (‘El capitalismo clientelista de China’), a un posible ‘hombre fuerte’ le es demasiado fácil usar la acusación de corrupción como un arma contra sus rivales. Sin embargo, es tan eficaz precisamente porque es probable. Utilizando evidencia publicada por las autoridades chinas, el profesor Pei demuestra que la corrupción colusoria es generalizada. Esta corrupción distorsiona la economía, degrada la administración y priva al partido de su legitimidad social.
No surgió por accidente
La corrupción es, de hecho, un cáncer. Sin embargo, no surgió por accidente. La explosión de la corrupción desde principios de la década de 1990 representa la desventaja de una reforma exitosa.
“La aparición y la consolidación del capitalismo clientelista en la economía política de China es, en retrospectiva, el resultado lógico del modelo autoritario de modernización económica de Deng Xiaoping”, sostiene el escritor. Pei, “porque las élites en control de un poder sin restricciones no pueden resistirse a usarlo para saquear la riqueza generada por el crecimiento económico”.
La corrupción es la progenie del matrimonio entre el Estado unipartidista y el mercado. Se propaga por la tentación, la coerción y la imitación. Una vez que la corrupción se vuelve normal, el sistema corre el riesgo de llegar a un punto de inflexión. Eso es lo que teme Xi.
La característica especial de la corrupción china es que ha coincidido con un enorme aumento de la riqueza. La corrupción no ha impedido este aumento. Más bien, el crecimiento y la corrupción han ido de la mano.
Es posible que, por un tiempo, incluso se han apoyado mutuamente: la corrupción facilitó el crecimiento, el cual financió la corrupción.
Las principales características de la política china durante este período han estado definidas por tres aspectos: la liberalización de los mercados; el traspaso del poder; y los derechos de propiedad disputados e inseguros.
El control de la propiedad se descentralizó, pero no conllevaba una propiedad segura. Cuando el control sobre la propiedad es un privilegio, no un derecho, como ocurre en China, quienes tienen el poder político tienen la capacidad de hacerse a sí mismos (y a quienes favorecen) enormemente ricos.
Y eso es exactamente lo que han hecho. Los sirvientes del partido han expropiado a su propio Estado de valiosos bienes, incluyendo tierra y minerales.
En el momento indicado
La necesidad de confabulación al hacerlo provino del hecho de que ninguna persona controlaba los medios - la propiedad y los permisos - necesarios para la actividad económica. Los grupos colusorios surgieron oportunamente.
Algunos estaban dirigidos por altos funcionarios, ‘yibashou’, quienes a menudo eran secretarios del partido, en ‘colusión vertical’. Algunos estaban dirigidos por funcionarios de rango similar, en ‘colusión horizontal’. Algunos estaban dirigidos por empresarios privados o incluso por gánsteres.
En algunos lugares, el resultado ha sido una forma de ‘Estado mafioso’. Incluso se ha encontrado corrupción en los mecanismos disciplinarios del Partido Comunista, en los servicios de seguridad y en el Ejército Popular de Liberación. Éstas son todas instituciones centrales del propio Estado unipartidista.
Es posible argumentar, correctamente, que la corrupción no ha impedido los extraordinarios resultados económicos pasados de China.
Existen cuatro contraargumentos a tal complacencia. En primer lugar, la corrupción ha tendido a ser cada vez más generalizada y más costosa con el paso del tiempo.
En segundo lugar, a medida que la población se vuelva más instruida y más exigente, su tolerancia a la corrupción y a las deficiencias administrativas resultantes se reducirá.
En tercer lugar, el crecimiento económico se está desacelerando, lo que hace que la desviación de ingresos a las manos de los depredadores sea más costosa para todos los demás.
Por último, el crecimiento es cada vez más dependiente del espíritu empresarial innovador, el cual es probable que el capitalismo clientelista estrangule.
Más leninismo y más mercados
La cuestión es, sin embargo, si se puede hacer mucho más que encarcelar a un gran número de personas. Las respuestas de Xi parecen ser más leninismo y más mercados. Pero ésta es una combinación extremadamente problemática.
La razón por la que Deng Xiaoping promovió la descentralización de la toma de decisiones es que China es demasiado vasta para cualquier otra cosa.
Hoy en día, la complejidad de la economía hace que el control político centralizado sea aún más inviable. En la práctica, es imposible que el centro controle las actividades de todos sus agentes.
Sin embargo, tampoco puede hacerlos responsables ante el pueblo, ya que eso destruiría el monopolio del poder del partido.
El Estado unipartidista leninista no puede proporcionarle una solución al problema de la gobernanza. Y tampoco puede ofrecerle una solución al problema económico.
Si una economía de mercado ha de combinarse con un gobierno razonablemente falto de corrupción, los agentes económicos necesitan derechos legales protegidos por tribunales independientes. Pero eso es precisamente lo que un Estado leninista no puede proporcionar, puesto que está, por definición, por encima de la ley.
El Estado unipartidista puede regir por ley, pero no puede ser gobernado por ella. Por lo tanto, sus agentes están por encima de los recursos legales efectivos disponibles para los particulares.
Si, como parece, los esfuerzos de Xi por combinar la restauración de la disciplina leninista con la liberalización del mercado resultan inviables, el régimen se enfrentará a una crisis más profunda. Puede que no se presente en un futuro cercano. Pero parece seguro que, a la larga, se presentará.
El Xi se ha embarcado en su presente curso por buenas razones. Si cuenta con buenas soluciones es otro asunto completamente distinto.
Martin Wolf
Columnista del Financial Times.
Un sistema demasiado grande y leninista provocaría una crisis en China
La corrupción está demasiado arraigada en el sistema del partido para que las reformas de Xi Jinping funcionen.
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