Cuando has sido educada para la autonomía y la libertad, te cuesta comprender que existen barreras invisibles que se construyen para detener una sombra histórica: lo femenino. Tengo que decirlo, con vergüenza: llegó la hora de confesar mis propias barreras.
La ligereza de mi entendimiento, me ha hecho pensar en el problema de género como un asunto ajeno a mí. Al sentirme privilegiada y socialmente reconocida, terminé por pensar que era un asunto de competencias. El tiempo me permitió descubrir que también yo tenía que reconciliarme con esa fuerza femenina culturalmente apabullada.
Decía que fui educada en la autonomía y la libertad, pero también en el valor de lo masculino como poder motor del mundo.Aprendí a defender mi lugar, sin miedo aparente; se me enseñó a sobrevivir, elevando la fuerza, la audacia y el poder como valores fundamentales; supe cómo levantar la voz para ser oída, si era necesario; cómo no discriminar entre actividades femeninas y masculinas, pues estaba preparada para ambas. ¡Ah!, y, bajo ninguna circunstancia, decir que era feminista porque era anacrónico.
Lo cierto es que esa educación, valiosa para mí, también ha nublado mi mente y mi espíritu durante mucho tiempo. Me atrevo a decirlo porque tuve una revelación –de lo evidente– a partir de un encuentro reciente organizado por Equion, Aequales y Merco, que convocaba a las nueve mujeres que estamos en la lista de los 100 líderes mejor reputados de Colombia en el 2016. Como mente entrenada para leer cifras y datos, que, a veces, duda del poder de la intuición, analicé en el encuentro, dos informes sobre la presencia y posición de las mujeres en el mundo empresarial público y privado de Latinoamérica y Colombia.
Mi mayor sorpresa: evidenciar numéricamente cuestiones y emociones que incorporé recientemente. La que más me conmovió fue una data presentada por Aequales, organización que promueve el empoderamiento laboral de las mujeres en Colombia, sobre las barreras externas e internas del liderazgo femenino. La tesis más poderosa se refiere al factor cultural, lo que no sorprende, pero lo más inquietante es el peso de esa cultura en nuestro fuero interno como mujeres, que nos somete a barreras que hacemos invisibles. La principal es la autovaloración de nuestra capacidad en ámbitos competitivos.
Confieso, entonces, que me he sometido a esas barreras autoimpuestas en diferentes momentos de mi historia. No lo celebro, pero debo decir que cuando la vida me ha puesto al límite de mis fuerzas, en lo personal y profesional, la intuición se ha impuesto y mi liderazgo ha privilegiado la fuerza serena del femenino, representada en flexibilidad, creatividad, prudencia, cuidado, escucha y construcción colectiva.
El encuentro terminó exponiendo razones, bien sustentadas en los números, sobre los beneficios y la rentabilidad de tener líderes mujeres en las empresas. Yo agrego: lo verdaderamente rentable y beneficioso para las empresas y para la sociedad es que dejemos de perseguir el femenino como una sombra oscura o débil; y la abracemos con fuerza en cada uno de nosotros, hombres y mujeres. Una invitación a un nuevo liderazgo.
Claudia Restrepo
Exvicealcaldesa de Medellín
Confesión sobre lo invisible
Lo verdaderamente rentable y beneficioso para las empresas y para la sociedad es que dejemos de perseguir el femenino como una sombra oscura o débil.
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