Haber llegado a un acuerdo con las Farc parece que ha permitido oxigenar la agenda política nacional, al redefinir nuevos enemigos y los respectivos frentes de lucha, sin tener que recurrir a la paz o a las guerrillas como un objetivo de campaña.
No en vano la gran mayoría de precandidatos han lanzado una especie de cruzada contra la corrupción, a la cual se intentan sumar hasta los mismos corruptos. Esta batalla ya ha tomado fuerza y bebe de las aguas negras de una corruptela que todos los días moja sin cesar.
Entretanto, Humberto De La Calle, interpretando bien las temerarias declaraciones de José Obdulio Gaviria, hizo un llamado para crear una coalición que defienda el Acuerdo de Paz, pero que no ha sido bien recibido en los partidos, tal vez por los cálculos alegres que hoy hacen. Parece que no aprenden las lecciones recientes, y quizá no se han percatado de que el conflicto ha entrado por otra senda, posiblemente igual de espinosa y exterminadora que muchas, pero tal vez menos belicosa y pendenciera que algunas, lo cual es muy grave y costoso para el país.
No se puede olvidar que a principios de este siglo, el Estado colombiano levantó odio contra un enemigo sin mayores contratiempos y sobre los hombros de los medios de comunicación, pero cuando necesitó calmar dicho odio para abrir caminos de esperanza y reconciliación, no fue capaz de hacerlo ni siquiera invocando el derecho a la paz, o demostrando las efectos económicos que eran indiscutibles. Había creado un monstruo y desmitificarlo no le ha resultado fácil.
De manera que, ese vasto terreno es un capital electoral que tienen quienes a principio del siglo levantaron odios. Hoy, con una campaña electoral módica cosecharían sus frutos. Lo grave y peligroso es que el Estado está viendo renacer viejas formas de exterminio, de las cuales, otrora, fue cómplice y no parece llamarle la atención.
El país todavía no se percata de ello y los medios de comunicación aún no han dedicado los mismos esfuerzos que antes para mostrar de verdad, la crueldad de un genocidio en ciernes. Pocos entenderán lo que esta violencia significa, y más violencia no puede ser el precio de una paz negociada, así como el exterminio no puede seguir siendo la vieja estrategia victoriosa de quienes en la diestra detentan un poder.
Por ello es que es urgente y necesario que el Estado se anteponga a quienes están ejecutando a los líderes sociales y a los reclamantes de tierras. Esta debe ser incluso una cruzada mayor que el combate contra la corrupción, la cual es loable, pero mientras no exista justicia, probablemente no seamos capaces de superar este estadio promisorio, y al final terminaremos agobiados e impotentes por no haber judicializado a los responsables, lo que haría rendirnos nuevamente ante los criminales, y volvería a ser puesta en cuestión la legitimidad del Estado.
La falta de justicia obra como un incentivo para el crimen, y es aquí donde el Estado debe ser fuerte, pues así como el corrupto anticipa su posible castigo en un juego que por trágico no es cómico, el criminal también valora la baja probabilidad de ser judicializado. Por estas razones, vale decir que la coalición puede ser una salida y la injusticia debe ser otra cruzada.
Jorge Coronel L.
Economista - Docente universitario
jcoronel2003@yahoo.es
columnista
Corrupción, coalición e injusticia
La falta de justicia obra como un incentivo para el crimen y es aquí donde el Estado debe ser fuerte.
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