La corporación empresarial representa una de las innovaciones humanas más sobresalientes. Son ejércitos involucrados en una lucha por lograr la supremacía en los mercados. La simbiosis entre el dominio y la competencia ha resultado ser muy fructífera.
Sin embargo, como lo sostiene Colin Mayer, de la Escuela de Negocios Saïd de la Universidad de Oxford, en un nuevo libro notable y radical, ‘Prosperity’ (prosperidad), no todo está bien en la esfera de las corporaciones. Cada vez más, el público en general las considera como sociópatas y, por lo tanto, como indiferentes a todo, fuera del precio de sus acciones; y considera a los líderes como indiferentes a todo, fuera de las recompensas personales. Juzgadas en base a los salarios y a la productividad reales, su reciente desempeño económico ha sido mediocre. Además, se les ha permitido corroer la competencia, como lo argumentan Jonathan Tepper y Denise Hearn en el libro, ‘The Myth of Capitalism’ (el mito del capitalismo).
El principal ‘blanco’ del Mayer es el argumento de Milton Friedman de que el propósito de las compañías es sólo obtener ganancias, sujetas a las leyes y a (mínimas) regulaciones. Hoy, esto se presenta como la obligación de maximizar el valor para los accionistas. Detrás de esto se encuentra la opinión, la cual se remonta a Adam Smith, de que el principal reto es el ‘problema de agencia’: la relación entre los propietarios y los agentes (los gerentes). “El problema con la perspectiva de Friedman”, insiste el Prof. Mayer, “es que es irremediablemente ingenua”. Se basa en “modelos económicos simples y elegantes que simplemente no funcionan en la práctica”.
La idea de que las empresas buscan obtener ganancias y sólo ganancias, puede, argumenta, solamente producir malos negocios y terribles resultados. Esto, por tres razones: la humana, la social y la económica.
La primera es la más importante. Las ganancias no representan, en sí, un propósito empresarial. Las ganancias representan una condición para - y son el resultado de - lograr un propósito. Este puede ser fabricar automóviles, entregar productos, difundir información o muchas otras cosas. Si un negocio sustituye el propósito con hacer dinero, fracasará en ambos.
En segundo lugar, cuando los legisladores permitieron la incorporación de las compañías de responsabilidad limitada, no estaban pensando en ganancias, sino en las posibilidades económicas que ofrecen las enormes aglomeraciones de capital, de esfuerzo y de recursos naturales. No menos importante, los compromisos a largo plazo integrados dentro de la corporación le permiten centrarse en la innovación: pudiera decirse que la contribución más importante de las corporaciones es hacer que la innovación sea algo usual.
Por último, la teoría central de la firma es la de Ronald Coase, quien argumentó que, debido a los costos transaccionales, el mercado pudiera ser una forma menos eficiente de organizar la producción que una organización jerárquica. Ésta es otra forma de decir que los mercados están incompletos, particularmente cuando se trata de compromisos a largo plazo. Sin embargo, es bastante ilógico argumentar que se puede ignorar esta radical incompletitud del mercado conforme se decide cómo deben administrarse las empresas. Si el fundamento de las corporaciones es sustituir los contratos relacionales - y, por lo tanto, la confianza - con contratos explícitos - y, por lo tanto, la implementación -, esto no se puede ignorar al decidir para qué sirven las empresas y quién debe controlarlas.
¿Cómo se puede mantener esa confianza a largo plazo si el objetivo, constantemente reiterado, es servir los intereses de quienes están menos comprometidos con ellas, mientras que el control también se les confía a quienes tienen menos conocimientos sobre sus actividades y corren menos riesgo de sufrir daños debido a su fracaso? Sin embargo, éstas son descripciones razonables de la posición que ocupan los accionistas en las compañías que cotizan en bolsa con participaciones accionarias ampliamente distribuidas.
Ellos están menos comprometidos, ya que, a diferencia de los empleados, de los proveedores y de las ubicaciones, ellos pueden deshacerse de su participación en un instante. Son quienes menos saben porque no están involucrados en las actividades de la compañía.
De manera crucial, y contrariamente a la sabiduría económica, los accionistas no son, en el mundo real, quienes asumen los riesgos residuales en el negocio (excepto en relación a los tenedores de bonos). La incompletitud de los mercados garantiza que los empleados, los proveedores y las ubicaciones también asuman un riesgo sustancial. Además, los mercados bursátiles les permiten a los accionistas diversificar sus riesgos a nivel mundial, algo que los empleados, por ejemplo, no pueden tener esperanzas de hacer con respecto al capital social de conocimiento y a las relaciones personales específicas de su compañía. Además, todos los demás corren el riesgo debido al comportamiento oportunista de los accionistas.
Dado el mantra de la maximización del valor para los accionistas y su incapacidad de monitorear la administración, las recompensas cada vez más se han vinculado no al desempeño de la empresa en el cumplimiento de sus propósitos, sino a las ganancias contables y al precio de las acciones. Sin embargo, ambas están sujetas a manipulación. Algunos argumentarían que el resultado ha sido una remuneración excesiva y también una crónica falta de inversión.
Los libros sugieren que el capitalismo está sustancialmente 'descompuesto'. Renuentemente, he llegado a una conclusión similar. Esto no es para argumentar a favor de abandonar la economía de mercado, sino a favor de crear mejores empresas y de fomentar más competencia.
Martin Wolf