El Plan Marshall se considera una de las piezas de diplomacia económica más exitosas de la historia. Sin embargo, el dinero no fue el factor más importante. Fue más bien que permitió que una Europa occidental azotada por la guerra se alejara del bilateralismo mutuamente empobrecedor en el comercio.
Lo hizo eliminando la escasez de dólares que impulsaba el énfasis en el ‘clearing’, o la compensación, bilateral. Institucionalmente, lo hizo creando la Unión Europea de Pagos (UEP) dentro de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE). Esto llevó a la convertibilidad en cuenta corriente y, por lo tanto, al mundo del comercio multilateral liberal que ahora todos damos por hecho.
Los nacionalistas económicos que son influyentes dentro de la administración de Donald Trump presumiblemente condenarían este logro de sus predecesores. Ellos prefieren el equilibrio bilateral al multilateral en el comercio, el bilateralismo al multilateralismo en la política y el ejercicio del poder unilateral estadounidense a la cooperación institucionalmente arraigada.
Debemos estar agradecidos de que las catástrofes de la década de 1930 hubieran desacreditado a los poseedores de visiones nacionalistas y proteccionistas similarmente estrechas. Es aterrador imaginar lo que hubiera sucedido si estas personas hubieran predominado. Hubieran estado terriblemente equivocadas entonces. Están equivocadas actualmente. Ellas deben perder. Nuestro destino depende de ello.
En 1945, Howard Ellis, un profesor de Berkeley, publicó un importante ensayo sobre los peligros del bilateralismo en aquel entonces tan prevalente en el comercio. En este respecto concluyó que “el bilateralismo es, en muchos aspectos, la forma más objetable de restricción impuesta sobre el comercio internacional”.
¿Por qué pudiera ser así? Tengamos en cuenta cómo serían nuestras economías nacionales si cada empresa tuviera que equilibrar sus ventas y sus compras con todas las demás. Esto sería increíblemente costoso o, de hecho, descabellado. Tenemos dinero para permitir una división del trabajo mucho más compleja y, por lo tanto, la posibilidad de equilibrar el valor de los ingresos contra el gasto en toda la economía en conjunto.
El comercio permite que lo mismo suceda a través de las fronteras, proporcionando así mejoras en la prosperidad, como argumenta Richard Baldwin en su libro ‘The Great Convergence’. El paso del equilibrio bilateral al multilateral hace casi 70 años fue un punto de partida para la explosión comercial que ha impulsado el crecimiento mundial.
En una economía multilateral, los balances bilaterales no son importantes. Por supuesto, las restricciones presupuestarias generales todavía importan. Pero el hecho de que yo tenga un déficit constante con mi supermercado más cercano no debería preocuparme (o al supermercado), siempre y cuando no agote mis recursos totales.
Fue precisamente por la misma razón que el marco global de la diplomacia comercial ha sido multilateral y no discriminatorio. También intentó combinar la liberalización comercial con la convertibilidad de la moneda, inicialmente en la cuenta corriente. Sin embargo, al construir este régimen global, también se comprendió que existía una importante diferencia política entre el comercio dentro de los países y a través de las fronteras: este último involucra a extranjeros de quienes se desconfía. Por lo tanto, la mejor forma de reglamentar los compromisos comerciales era mediante la reciprocidad. La combinación de imparcialidad con reciprocidad se convirtió debidamente en la base del régimen de comercio mundial de la posguerra.
Todo esto está muy bien, declaran los nacionalistas de hoy día, pero el comercio no equilibra. Algunos países cuentan con vastos superávits y otros con vastos déficits. Los primeros son depredadores y los segundos ruinosos. Esto, ellos argumentan, debe detenerse. Los nacionalistas insisten en que el bilateralismo es también la forma de hacerlo porque los desequilibrios bilaterales son ahora tan enormes.
Esta noción es extremadamente errónea. En primer lugar, no hay manera de asegurar un comercio equilibrado bilateralmente, a no ser que implique una interferencia constante, y constantemente variable, sobre las decisiones de los negocios privados y sobre los particulares. De hecho, debe conducir a una economía planificada.
Es ridículo que una administración teóricamente dedicada a la liberalización económica proponga esta idea. En segundo lugar, esto sería un juego de ‘Guaca-Mole/Tapa el Topo’: cada vez que EE.UU. intentara recortar su déficit con el país A, aumentaría con los países B o C, pues las importaciones serían desviadas. En tercer lugar, el resultado serían reglas comerciales inmanejablemente complejas e inciertas: si todos los miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) regularan bilateralmente el comercio con otros miembros, existirían más de 13.000 acuerdos. Eso sería una locura. Esta estrategia acabaría con todos los acuerdos existentes, creando un caos en la política comercial.
Tal y como lo señala Stephen Roach, los déficits y los superávits de cuenta corriente son fenómenos macroeconómicos, un punto que elude a los asesores proteccionistas del Sr. Trump. Los balances son la diferencia entre el ingreso y el gasto agregados de un país, o su ahorro e inversión. Los chinos y los alemanes gastan menos que sus ingresos y los estadounidenses más. Estos últimos, él sostiene, deben ser más prudentes, no culpar a los extranjeros.
El Sr. Roach en gran parte tiene razón, pero no del todo. Si una economía muy grande, como la de EE.UU., elevara considerablemente su ahorro interno deseado —cuando las tasas de interés reales a nivel mundial están tan bajas y la demanda tan débil— pudiera generar una recesión mundial. Yo he argumentado que el gasto insostenible de EE.UU. impulsó la demanda mundial antes de la crisis financiera de 2007-08. En este contexto, el exceso de ahorros de China, de Alemania y de algunos otros países representa una preocupación global, ya que no tenemos maneras de absorberlos en inversiones productivas y sostenibles en otros lugares.
Por lo tanto, los desequilibrios generales representan un legítimo asunto en materia de política pública, tal y como lo argumentó John Maynard Keynes. Pero no se debe lidiar con ellos a través de acuerdos bilaterales. Eso resultaría en un fracaso político y en una venenosa mala voluntad. Hay que lidiar con ellos multilateralmente, porque son un fenómeno multilateral. También sería mucho más productivo abordarlos a través de políticas macroeconómicas y de la cuenta de capital que a través del comercio. El bilateralismo que actualmente promociona la administración del Sr. Trump es una ilusión. No funcionará. Pero ocasionará un enorme daño. Debe ser enterrado.
Martin Wolf
Columnista del Financial Times
El bilateralismo comercial global de Trump es insensato
Los nacionalistas económicos prefieren el ejercicio del poder estadounidense a la cooperación.
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