El profesor José Antonio Ocampo, gran catedrático y miembro de la junta del Banco de la República, opinó en un artículo reciente (“El petróleo no es el futuro. Las exportaciones no petroleras ni mineras deberán ser política de Estado para el próximo gobierno”) que el petróleo no es la solución que Colombia necesita. Creo que él, que acostumbra a hacer acertados juicios sobre la economía, se equivoca. Como lo hacen quienes, además, muestran al crudo como un convaleciente en la unidad de cuidados intensivos a punto de colapsar. Nada más equivocado.
El petróleo tiene fecha de caducidad que supera, por mucho, el 2050, quizá el milenio entero. Pero donde más equivocados están es en el precio. Por ello sus vaticinios de cuánto podrá inyectar al desarrollo económico de los países que lo tienen, como Colombia, aunque no lo hayan encontrado, son erróneos. Al respecto, Colombia se asemeja al borrachito que buscaba la llave de su casa bajo un foco de luz de la calle. Al preguntársele si la había perdido allí, dijo que no; pero que ese era el único lugar donde había luz. El país lleva seis décadas buscando la ‘llave’ del petróleo donde está la luz, no donde se encuentra el petróleo. Con los instrumentos que intenta hallarlo (contratos de riesgo compartido, asociación con Ecopetrol y sistema de regalías) no pasara de invitar a las anchoas a dominar un mar controlado por tiburones.
Pronosticar que los precios declinarán y el petróleo desaparecerá por declinación de la oferta o ausencia de demanda, es iniciar el camino con el pie equivocado. Los próximos 10 años serán claves el petróleo y el gas natural. Podrán capitalizarlo quienes ofrezcan las condiciones adecuadas para la exploración y explotación de hidrocarburos líquidos y gaseosos; e, incluso, ayudar a desmontar el complejo industrial que soporta al carbón.
Colombia debe aprovechar que el precio se mantendrá dentro de la franja de 60-70 dólares por varios años. Esa franca apalancada por los conflictos geopolíticos en Medio Oriente, la situación anémica de Venezuela (solo produce 1,6 millones de barriles al día), y el vigor incontenible del sector de petróleo y gas de esquisto en Estados Unidos, que superará a Arabia Saudí en producción en el 2018, dominará los planes de inversión que se calculan en un billón de dólares.
Aunque las proyecciones especulan sobre precios que van desde 40 a 120 dólares, varios analistas consideramos la franja 60 -70 dólares como la más posible, con una probabilidad de 90 por ciento. Y ello garantizara un periodo suficiente para hacer la transformación del sector de hidrocarburos que Colombia necesita (y que deberá liderar el nuevo presidente).
La reestructuración del sector y el cambio en las reglas de juego para atraer los recursos necesarios, permitirá obtener los frutos del único ramo que puede catapultar la economía colombiana en el corto plazo, y poner a Colombia en la vía del desarrollo.
El problema con negar al petróleo una parte substancial del futuro de la nación sobre la base de que “las reservas petroleras y los niveles actuales de inversión apenas dan para mantener la producción petrolera nacional”, es confundir la causa con el efecto. La pescadilla que se muerde su propia cola. La cosa es diferente: las reservas petroleras y los niveles actuales de inversión son el efecto de una política mal concebida y peor aplicada, y, por lo tanto, de bajísimas reservas y poca inversión.
Hace 20 años, cuando propusimos el desmantelamiento radical de los contratos de asociación (reemplazarlos por un sistema de separación de la exploración, la explotación y la comercialización, como opera el sector eléctrico), el país tomo la vía de demonizar a su presidente, crear una conspiración alrededor de sus ministros y congelar todo intento de cambio interno). En el nuevo modelo, Ecopetrol quedaba limitado a ser el socio (joint-venture) del inversionista privado (nacional o extranjero) en una de las tres partes del proceso que le fuera más conveniente. Y una entidad ‘paraguas’ como la Agencia Nacional de Hidrocarburos, la encargada de establecer los términos de las subastas (o licitaciones) para cada zona.
Quizá, la mayor equivocación de los sistemas que se han implantado para atraer la inversión extranjera es suponer que lo que se puede llamar petro risk o riesgos de la exploración petrolera, son iguales para todas las partes: Estado Colombiano e inversionista extranjero. El petro-riesgo de no recibir el retorno esperado es diferente para quien posee el recurso y para el inversionista o empresa petrolera multinacional. No sincronizar y balancear esos riesgos, es fórmula segura para el fracaso de cualquier iniciativa.
Una política petrolera debe guiarse bajo el principio de ‘seguridad’ energética, pero también bajo el de ‘certeza’ económica. El petro-riesgo ha sido una estrategia de inversión tomada como un todo, no como resultante de la evaluación de cada componente de riesgo individual. En una aventura de promoción de la inversión, el Gobierno debe ser claro y transparente, pero balanceado. Eso no se ha dado históricamente dentro de la estructura de participación que ofrece el Estado a los potenciales inversores. Ahora, se presenta una oportunidad de cambio radical de modelo, cuyos frutos pueden llegar en el corto plazo y dar a una Colombia nueva, determinada a consolidar la paz, una segunda oportunidad de sembrar los beneficios del más importante commodity que posee el planeta y se mantiene escondido para el país.
Como concluye mi amigo, el profesor Ocampo: “El aumento del precio del petróleo nos da un respiro en medio de un ajuste fiscal y externo todavía incompleto y de una reactivación todavía débil (…)”. Donde falla es en su advertencia: “El país lo debe tener claro, el petróleo no es el futuro”. Eso equivale a seguir buscando la llave donde está la luz, no el petróleo.
Rodrigo Villamizar
Analista