La devolución del manejo de los recursos parafiscales al gremio ha puesto de manifiesto cómo opera el poder político en Colombia de forma paradigmática. Se ha hablado de que se está ‘devolviendo atenciones’ o se ha cobrado el apoyo financiero y político que hizo posible la elección de Duque. Además, ¿por qué sorprenderse de que se empodere al gremio de una actividad en la cual el jefe político del presidente es el inversionista más poderoso? (con el mayor número de cabezas de ganado en el país).
Este debate permite plantear el problema de si se debe subsidiar (con créditos de Finagro) una actividad con unas externalidades negativas sobre el medioambiente y consiguientemente con una rentabilidad social erosionada por estas. ¿No es esto una obvia inequidad con los colombianos, especialmente con los niños que están creciendo en un medioambiente a cuyo colapso esa industria está contribuyendo en forma particularmente destructiva? ¿No deberían cobrársele estos costos para la sociedad en vez de subsidiarla?
Cuando salió la valerosa defensa del papa Francisco sobre la casa común, escribí un comentario crítico en el cual resumía las implicaciones a nivel del consumidor individual, sugiriendo: deje el carro en la casa y deje la carne. Probablemente, esto provoque en el lector la reacción de que es una exageración poner a la industria de la carne al nivel de contaminación del transporte.
Pues bien, la única industria con unos costos en recursos naturales similares a la ganadera, es la de extracción de gas por fracking (otro horror ambiental, como la minería ilegal), que, sin embargo, utiliza una fracción de la alucinante cantidad de agua que consume la ganadera. Esta última se gana la distinción en varias direcciones: deforestación, gases mucho más voluminosos y más contaminantes que cualquier otra actividad (múltiplo del CO2); envenenamiento de las aguas con los residuos de los animales. Se trata de una forma de producción de proteína extremadamente ineficiente y costosa económica y ambientalmente.
Pero, además del poder de los gremios y su influencia sobre la política a través del lobbying, que opera en todas partes, especialmente en Estados Unidos (en donde las autoridades de salud y ambientales e incluso las asociaciones científicas están en el bolsillo de las corporaciones), en el caso colombiano (Latinoamérica), el poder de los ganaderos está, además, fundado en la tradicional posición de privilegio y la capacidad de defender esta que tienen los terratenientes.
Es un caso paradigmático, en el cual la rentabilidad privada de una actividad sobrepasa contundentemente su rentabilidad social. En sano y básico razonamiento económico, a las industrias así caracterizadas se les cobra esta diferencia cuando esta se encuentra determinada por enormes externalidades negativas de la actividad. Pero, poder es poder (como dice Stiglitz, hablando del poder del sector financiero, la plata manda), y en vez de cobrarle esas externalidades se las premia subiendo todavía mas la rentabilidad privada por encima de la social.
Pero las externalidades de esta actividad descuellan dentro del sector de alimentos en materia de salud pública, siendo que algunas industrias, como las que generan consumos masivos de azúcar y grasas saturadas, resultan muy costosas.
Lo de la carne es un caso a nivel internacional en el cual el poder de esa industria produce una cortina de humo como la que generaba la industria del tabaco acerca de los daños para la salud de sus productos. La literatura sobre los efectos dañinos para la salud es bien resumida por el documento de la ONU, vinculando el consumo de carnes (especialmente las tratadas) con el riesgo de cáncer.
Se ha acumulado una cantidad de evidencia científica al respecto, cuyo peso en la literatura es compensado, claro, por los estudios contratados por las industrias de la rama a sus científicos de bolsillo (como los que tenía la industria del tabaco). Y no es solo las toxinas contenidas por la carne misma, colesterol, sino hormonas, antibióticos (cuyo uso intensivo es el principal causante del surgimiento de superbugs (bacterias) resistentes que han motivado la idea de la era posanbioticos) y pesticidas en la cadena alimenticia (cuando los animales son alimentados con granos).
En Estados Unidos, muchos intentos de regular el consumo de substancias nocivas son frenados por poderosos republicanos y libertarios con el argumento de la libertad de escogencia del consumidor y lo innecesario de intervenir las actividades económicas. Es tal el poder de la industria de alimentos, que cuando pasaron la legislación sobre la alimentación en las escuelas públicas regulando los consumos de fibras vs. grasa, las de la pizza y las papas fritas se hicieron reclasificar como portadoras de las primeras.
Bueno, acá subsidiamos industrias con externalidades negativas pavorosas en vez cobrarles el costo social de estas.
Ricardo Chica
Consultor desarrollo económico