Era predecible la reacción que ha generado el avance del proyecto de la troncal de Transmilenio (TM) por la 7ª. Confluyen el peor momento del sistema y el valor simbólico de la avenida. Además, en su entorno viven no pocos líderes de opinión. Una ola de reacciones así difícilmente se daría con la troncal de la Ciudad de Cali.
De igual manera, el ruido se inserta en la feroz, degradada y desgastante disputa que libran, segundo a segundo, en redes sociales seguidores de Gustavo Petro y allegados a la administración Peñalosa.
En la pelea hay un trasfondo cultural que muchos se esfuerzan por disfrazar. Se trata de estratos altos, con expectativas, a su vez, altas y capacidad para expresarlas. Así en su vida se vayan a subir al transporte público, se sienten dignos de lo mejor de lo mejor en la materia: un metro, un bucólico y encantador tranvía como los de las ciudades europeas. También está el hecho de que somos una sociedad de castas, aspiracional, obsesionada con los privilegios y la distinción. Y que Transmilenio a estas alturas está fuertemente identificado como medio masivo de transporte de sectores populares. No faltarán quienes lamenten haber ahorrado toda una vida para poder radicarse en un barrio de estos solo para que al poco tiempo terminen viviendo ‘junto a Transmilenio’. “Se van a tirar Rosales y Chapinero Alto”, argumentaba, sincera, una popular tuitera. Lo hizo en la misma línea de los que han dicho que su postura se reduce “a la mamera de mamarse la obra”. Otros inyectan terror a presión cual si fueran alumnos excluyentes de la fundación Donald Trump para el arraigo de la posverdad: “Viene el armagedón. El colapso total. El fin del mundo comenzará en los rotos que abran para la obra”.
Pero no todas las razones van por ese lado. Plantean que esta opción, tarde, o temprano –más temprano que tarde– se quedará corta frente a la demanda de pasajeros del borde oriental, y para ello sacan números contundentes. Estaríamos ante un escenario similar al del 2000, cuando la Caracas respondió inicialmente a las exigencias, pero en pocos años colapsó. Un riesgo real: otro fiasco por cortoplacismo.
La Administración, por su parte, plantea que espacio para buses, que transportan hasta 200 personas cada uno, sí hay. Para particulares lo hay menos, y tendrán que entenderlo. Suena bien: el desarrollo urbano tiene necesariamente que apuntar en esa dirección. Se incluyó también un carril para bicicletas. Democracia hecha vía arteria. Maravilloso.
Pero preocupa la enfermiza obsesión de Peñalosa con esta alternativa, que se plasma en los pobrísimos argumentos a los que suele recurrir para defender los sistemas BRT y pordebajear los férreos.
Soy vecino preocupado y usuario frecuente de los buses duales de TM que hoy operan en la desvencijada 7.ª. (¿De verdad este caos es patrimonial?) Sumergido en un trancón, me entusiasma un carril exclusivo para el bus en el que voy. Creo que un metro lo haría mejor, de los tranvías tengo dudas; pero, a la luz de lo que viene para la economía, ambos son utopías. Por lo pronto, hay que sincerar el debate y quitarles su monopolio a columnistas como el suscrito.
Federico Arango Cammaert*
Subeditor de Opinión de El Tiempo