“Tomar las decisiones importantes es la tarea específica de un ejecutivo”, anotó Peter Drucker en uno de sus escritos ya convertido en clásico.
En efecto, decidir es una tarea gerencial cotidiana de cuya calidad y oportunidad depende, en buena medida, el éxito en este oficio. Es por ello que desde mediados del siglo pasado tomó fuerza en el mundo de los negocios un campo de investigación conocido como ciencias de la decisión, el cual mezcla elementos de ámbitos como sociología, sicología, antropología, filosofía, matemáticas y economía para ensamblar una disciplina que se ocupa de estudiar, entre otros temas, la toma de decisiones bajo incertidumbre, la modelación estadística de decisiones y pronósticos, la gestión del riesgo y la aplicación de los hallazgos de la economía conductual al mundo gerencial. De hecho, las más prestigiosas escuelas de negocios cuentan hoy con un departamento de ciencias de la decisión. La fascinación de la academia por el estudio de la forma en la que las personas decidimos y de los mecanismos para tomar mejores decisiones, ha llevado a que investigadores como Daniel Kahneman y Richard Thaler hayan sido galardonados con el Premio Nobel de Economía por sus aportes en tal sentido.
La intuición como herramienta para la toma de decisiones gerenciales, ha sido uno de los temas de investigación entre académicos vinculados a las ciencias de la decisión y la economía conductual. El interés por la intuición en el terreno gerencial surgió de las limitaciones prácticas de los modelos racionales prescritos para tomar decisiones de negocios prevalentes en la academia hace algunas décadas, que privilegiaban exclusivamente la recolección y análisis de información. De hecho, el concepto de intuición en la gerencia estuvo por años proscrito en el mundo académico, hasta que reconocidos filósofos de la administración como James March, Herbert Simon, Henry Mintzberg y Kathleen Eisenhardt, entre otros, le abrieron la puerta a la legitimidad a partir del reconocimiento que hicieron de su importante papel en la práctica administrativa, y particularmente en los procesos de toma de decisiones que tienen lugar en la vida real de un gerente.
Al igual que sucede con diversos conceptos de las humanidades, son múltiples las definiciones y tipos de intuición en el terreno de la gerencia, ello resultado de la diversidad de maneras en la cual los investigadores la han aproximado. La denominada ‘intuición experiencial’ es una de ellas. Esta es la intuición que se desarrolla desde la experiencia y que se caracteriza, entre otros aspectos, por la capacidad que nos proporciona, al momento de enfrentar una decisión gerencial, de reconocer patrones y de hacer asociaciones de porciones aparentemente desarticuladas de información. En otras palabras, es una de las formas en las que opera la experiencia, para poner los aprendizajes pasados al servicio de una situación presente, repasando situaciones similares sucedidas y haciendo sentido de las piezas de un rompecabezas incompleto, sin imagen de referencia. La experiencia permite intuir la forma y contenido de las piezas faltantes, así como tal imagen de referencia.
En este contexto, la intuición experiencial no es lo contrario a la racionalidad, ni su sustituto, ni es un proceso aleatorio de conjeturar. Por el contrario, la intuición es vista como una forma inconsciente de procesar información que es complementaria y paralela a la racionalidad, en particular útil para tomar decisiones con información escasa o incompleta, frente a una alta incertidumbre, ante múltiples alternativas equiparables con soporte racional sólido, y bajo la presión del tiempo. Así, entonces, para la toma de decisiones los ejecutivos pueden apoyarse y confiar simultáneamente en los análisis racionales y en la intuición experiencial, cuando sea necesario.
Respecto a la intuición, siempre surge la pregunta: ¿cuándo y cómo debo usarla como una herramienta legítima para tomar decisiones? En una publicación reciente de la consultora McKinsey, Daniel Kahneman reconoce la validez de usar la intuición como herramienta para tomar decisiones en algunos casos, siempre con la precaución de reconocer que no todo lo que intuimos es totalmente acertado. Plantea, además, cuatro pruebas o condiciones para que los ejecutivos hagan uso de ella de manera más efectiva en los procesos de decisión: 1. Prueba de la familiaridad: ¿qué tan profunda es su experiencia en situaciones similares? 2. Prueba de la evidencia: ¿qué tan confiable es la evidencia que al respecto posee de decisiones pasadas? 3. Prueba emocional: ¿qué tan moderadas o fuertes son las emociones que tengo respecto al asunto? 4. Prueba de la independencia: ¿tengo algún conflicto de interés frente a esta decisión? Estas pruebas validan la experiencia, y evidencian sesgos emocionales o por intereses que puedan desorientar la intuición.
La intuición gerencial es una herramienta útil que podemos poner, con prudencia, al servicio del proceso de tomar decisiones, y cuyo uso apropiado requiere un alto nivel de autoconocimiento y de conciencia de sí mismo.
Carlos Téllez
Consultor empresarial
ctellez@bexco.co