A pesar de las noticias, todo va mejor. Eso es lo que argumenta Steven Pinker, conocido científico y escritor. Su más reciente libro, Enlightment Now (2018), sostiene con cifras, que hay avances significativos a lo largo y ancho del planeta en diversos ámbitos como la salud, la prosperidad, la seguridad y la paz, el conocimiento y la felicidad.
Ello no es una casualidad o fruto de una fuerza cósmica. Es el resultado del progreso que provee la razón. El texto es una defensa contra corrientes pesimistas, culturales o religiosas, que ven en la civilización actual un declive dramático.
El conocimiento, la ciencia y el humanismo nos han liberado progresivamente y han permitido que vivamos hoy mejor que antes.
El trabajo de Pinker contiene una argumentación irrefutable. Sin embargo, aceptando que el progreso humano proviene de los avances de la razón sobre los mitos y las religiones, en una especie de evolución colectiva, no es menos cierto que el componente emocional determina la forma como vivimos individualmente.
No hago alusión al pesimismo que inspiran los titulares de los noticieros o a la serenidad de los ascetas. Me refiero a la fuerza de las emociones de los románticos, de aquellos que creen en la libertad creativa, la fantasía y los sentimientos.
Románticos como Robert Schumann, en quien confluyen la pasión, el drama y la creatividad. Se le conoce como músico y especialmente como compositor. Pero desde joven se identificó también con la literatura, de la mano de Schiller, Lord Byron y Richter.
Schumann anhelaba convertirse en intérprete virtuoso. Para conseguir más control y agilidad en la mano derecha, se le ocurrió inventar un aparato que a la postre le dejó el cuarto dedo inutilizado, lo que lo llevó a abandonar su carrera como pianista y convertirse finalmente en uno de los más reconocidos compositores de su época.
En casa de su maestro conoció a la que luego fue su esposa, Clara Wieck, quien fuera la pianista más importante de entonces. En 1836 inician una relación amorosa en secreto, por carta. Se casan cuatro años más tarde, teniendo que acudir a los tribunales al no contar con la aprobación del padre de Clara.
Entre viajes y depresiones, Schumann continuó produciendo y, en algunas ocasiones, su mujer se convirtió en su mejor intérprete. Sin embargo, ante tanto amor y pasión por su oficio, Shumann muere loco en 1856. De esos románticos como Schumann, rescato la fuerza de las emociones. Seres sentimentales, soñadores, a quienes también acompaña el sufrimiento. Pero transmiten la vitalidad que permite sentir intensamente, sin quedarnos solo con el frío de la razón.
Lo de Pinker nos ayuda a ver en perspectiva, la que nos da el conocimiento. Pero la fuerza vital del romanticismo nos regala la ilusión de transformar lo que vemos o vivimos.
No fue el dominio de la técnica lo que hizo grandes a Miguel Ángel o Picasso, fue su expresividad. No es la sabiduría la que transforma, es el impulso de la voluntad.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia