De Francisco de Goya no sé mucho y quisiera saber más. Hace poco, esperando a una persona en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, me encontré con el libro que recoge los 115 grabados que hicieron parte de la exposición que allí se realizó en septiembre de 1998. En el texto de introducción conocí con deleite el origen de las llamadas Pinturas Negras, aquellas que el pintor hizo para decorar su casa de campo, que había adquirido a las afueras de Madrid en 1819, para su contemplación privada y discreta. Aquellas mismas obras que luego terminaron en el Museo del Prado, sesenta y cinco años más tarde, y que hacen parte de la cultura universal.
Goya es bastante conocido por su faceta oficial, como pintor de las cortes y ejecutor magistral de obras por encargo. En esa tarea consumió muchas horas y esfuerzo. Obras cuyo tema estaba definido de antemano por solicitud de alguien para instituciones y familias, altares y bóvedas. Sin embargo, me produce más curiosidad y casi admiración el Goya privado, el que trabaja como pintor o grabador en obras que surgen de su propia creatividad, sin que ningún poderoso lo convoque. Obras para sí mismo, para su vida íntima, como lo fueron las Pinturas Negras y sus grabados.
En su transitar por el arte y el oficio para otros, se fue alejando del neoclacisismo. En 1792, se distanció de forma explícita de los supuestos idealistas en defensa de la libertad del pintor: “la opresión, la obligación servil de hacer estudiar y seguir a todos el mismo camino es un obstáculo para los jóvenes que profesarán un arte tan difícil”, dijo en uno de sus discursos.
Una grave enfermedad que lo afectó en 1793, lo orientó a una pintura más original y creativa, alejada de los palacios reales. Así aparecieron cuadritos de hojalata con motivos diversos, que él mismo denominaba caprichos.
La época en que vivió a comienzos del siglo XIX, los horrores de los que fue testigo, en particular la llamada Guerra de Independencia, lo llevaron a plasmar en una especie de reportaje gráfico las atrocidades cometidas contra individuos del común, anónimos, por fuera del carácter heroico de las obras cortesanas. Así surgió su serie Desastres de la Guerra.
Goya se supo codear con la aristrocracia. Pero también fue sensible a la cultura popular, a los dramas y dolores de personas sin abolengos, gente de la calle y las tabernas. Y con gran consistencia hacia sus sentimientos vitales, sus mejores obras son quizás aquellas creadas para la privacidad o las que reflejan las penas, la superstición o la diversión del común de los mortales.
De regreso del Museo en el centro de Bogotá, inicié la lectura que me hizo pensar en el valor de la creatividad y de las obras que se hacen para que nadie ajeno a nuestro círculo íntimo las conozca. Me dejó pensando en el valor de realizar las cosas solo por el gusto o el convencimiento propio de hacerlas, aunque nunca se sepa que fueron nuestras; que lo mejor que hiciéramos, fuera lo que hacemos en casa. Sin necesidad de salir en una foto, tener reconocimiento o ser nombrado en los diarios; sin aparecer en Hola o Facebook.
¡En eso Goya también fue un maestro!
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia
Columnista
Pinturas negras
Me dejó pensando en el valor de realizar las cosas solo por el gusto o el convencimiento propio de hacerlas.
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