“Me defino como un asiático, ciudadano indio, bengalí, de Bangladesh, ciudadano británico, hombre feminista… Tengo, pues, numerosas identidades, siempre en conflicto, pero a veces, según el contexto, una resulta más pertinente”. Esto dice Amartya Sen, Premio Nobel de Economía y profesor de las universidades más respetadas del mundo. Un tipo con trato amable y tranquilo, pero poderoso con sus ideas.
Una de las que más me gusta, es que los hombres no pretendemos alcanzar un mundo perfectamente justo, aun si estuviéramos de acuerdo sobre cómo sería ese mundo, sino que buscamos erradicar las injusticias manifiestas (La idea de justicia, 2009). Gracias a ello la humanidad eliminó la esclavitud y otorgó el voto a la mujer. Es la misma fuente de rebeldía que llevó a Gandhi a oponerse al imperio británico y a Martin Luther King a combatir la supremacía blanca.
Es el sentimiento que nos acompaña cuando nos indignamos ante hechos que no tienen proporcionalidad frente al contexto en el que ocurren. Ver un McLaren de 1.500 millones de pesos estrellarse como un juguete desechable; que Google y Facebook administren más del 70 por ciento de la información digital del planeta; que haya niños en La Guajira muriéndose de hambre por desnutrición, cuando el Departamento ha recibido miles de millones en regalías; oír en campaña a exjefes guerrilleros gozando de libertad, sin pasar por la Justicia Especial de Paz, mientras otros ciudadanos llevan años en prisión por causas menores, bajo una justicia selectiva; saber que quienes le pagaron al Alcalde de Mosquera lograron modificaciones del POT para obtener licencias de construcción con mayor densidad, mientras que quienes no lo hicieron ven congelado su patrimonio; que el 10 por ciento de la población sea dueña del 80 por ciento de la riqueza del país; o la existencia de pensiones exorbitantes para unos pocos, mientras que una mayoría no tiene ni siquiera la expectativa de lograr una pensión mínima. ¡En fin! La misma indignación que produce ver a alguien colarse en una fila cuando esperamos el turno pacientemente. El sentido de las proporciones es preservar la sensibilidad que aborrece que tales cosas sucedan, porque no tienen una justificación razonable.
Aceptemos que no vamos a lograr una justicia plena, que hay derechos que entran en conflicto con otros, que hay desigualdades naturales, que el mejor de los sistemas políticos es imperfecto. Pero no nos quedemos tranquilos ante injusticias exorbitantes.
Eso es lo que anhelo transmitir a mis hijos: abrigar un sentido de proporcionalidad, en un mundo donde hay diversas culturas y leyes, religiones y escepticismos, pobreza y dolor, innovación y esperanza, manifestaciones de arte y movilizaciones populares.
Y no para que encuentren una línea media, o busquen una solución salomónica. Simplemente para que no den por sentado un privilegio propio o el sufrimiento ajeno. Que ayuden a erradicar las injusticias manifiestas y a procurar que las cosas sean un poco mejor para ellos y los demás. Esto también ayuda a evitar que aparezcan tentaciones de cambiar tales injusticias a través de soluciones desproporcionadas.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia