América Latina pasó de tener una década provechosa e interesante al comenzar el siglo, en la que un alto porcentaje de sus gobiernos disfrutó de las mieles del alto precio de los commodities, a una lamentable situación que la puso, otra vez, en desventaja. Los bondadosos tiempos pronosticados son ahora un retorno a lo conocido. Se trata de lugares comunes identificados con una pésima administración, excesiva corrupción, inadecuada reconversión de los sistemas productivos y escasa previsión frente a lo que es natural del ciclo económico.
La región se caracterizó por experimentar periodos de bonanzas y desplomes. La manera en que se administró desde el siglo XIX hizo que las élites dirigentes se acostumbraran a leer el mundo solo desde la dimensión extractiva. Así, la explotación se convirtió en constante y, en lugar de servir de base para generar una sólida estructura productiva, solo fue útil para acumular recursos financieros para épocas de ‘vacas flacas’.
Recientemente se creyó que por fin había llegado el tiempo en que América Latina se insertaba en procesos transformadores que facilitarían su interacción e integración global. Pero solo se trató de triquiñuelas eufemísticas, expuestas por sus gobiernos (en su mayoría de izquierda) que hoy tienen a sus naciones experimentando caóticas situaciones y negativas previsiones para el futuro más cercano. Poco ha cambiado. Un limitado vistazo a casos particulares así lo refleja.
Venezuela, por ejemplo. La mentirosa revolución llegó a su final. Si bien hubo algunos momentos en los que se pudo convencer a sus observadores de que allí podría estarse gestando un nuevo paradigma, la realidad ha dejado clarificada la farsa. Hoy, Nicolás Maduro intenta lidiar con el tema generando devaluación de su divisa y aumentando el precio de los combustibles (tema neurálgico) exponencialmente. Pero ello no le va a alcanzar. Con un legislativo actuando en contra, no es temerario visualizar un gobierno languidecido sin posibilidades de cumplir su mandato. En el Estado bolivariano los ministros apenas duran semanas en el cargo.
El desconcierto, la hiper-inflación, la especulación y el desabastecimiento están en todo lugar. Y claro, el petróleo, ni se come, ni quita el dolor de cabeza (cosa que sí hace el barato acetaminofén).
Brasil es otro episodio. La situación con el gigante suramericano es que cada vez luce más pequeño en términos de solidez y respaldo financiero. Su nota crediticia había sido ya reducida, primero por Moody’s (aunque aún le mantenga en grado de inversión), y luego por la agencia Fitch Ratings. Ahora, acaba de darse una nueva reducción hecha por Standard & Poor’s, que la llevó al terreno especulativo, con categorización para el crédito soberano de BB.
Estas decisiones tomadas por las calificadoras de riesgo necesariamente llevan a que se reduzcan profundamente las posibilidades de inversión en la economía brasileña.
Lo anterior, combinado con otros temas no menos relevantes –tales como la epidemia generada por el contagio del zika (con el aumento considerable de casos de microcefalia), la poca estabilidad política surgida a partir de múltiples cuestionamientos al gobierno liderado por Rousseff, y la impericia y precariedad demostrada en la preparación para los juegos olímpicos de este año (además de lo vivido en la Copa del Mundo 2014)– hacen de Brasil una nación con perspectivas desalentadoras. Los recursos naturales le dieron un ascenso anual del 4,5 por ciento en la primera década del presente siglo, pero ahora es una sociedad insatisfecha con una economía en recesión.
El caso colombiano, si bien se sitúa en una perspectiva macroeconómica menos angustiosa, tampoco es muestra de aprovechamiento del auge de los commodities para revertir el desconcierto social. Justo se reciben las recomendaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para trazar un camino diferente, pues institucionalmente el país está lejos de lo requerido para ser miembro de la Ocde. Con niños muriendo por desnutrición, instituciones corroídas, bandas criminales actuando a lo largo y ancho del país, extorsionando e imponiendo reglas (hechos comprobables solo con visitar algunos municipios, guerrilleros haciendo proselitismo armado con el aval gubernamental, y procesos administrativos liderados por desconocedores de la materia, la foto del país se resume a que si se logra la paz con las Farc todos irán por un nuevo país.
Solo son tres casos los esbozados, pero referidos a la realidad regional de América Latina. A partir de ellos es factible establecer una revisión generalizable del desaprovechamiento y la mala administración. Esta segunda década del siglo XXI es cada vez más similar a la última del XX. Lección desaprendida.
Luis Fernando Vargas Alzate
Vicepresidente de Redintercol
El lánguido acontecer de América Latina
Los casos de Venezuela, Brasil y Colombia permiten hacer una revisión
de la mala administración de la bonanza producto de los ‘commodities’.
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